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Ser médico, ser humano

Gonzalo Martinez Abad. Estudiante de sexto curso de Medicina del Hospital General Universitario Gregorio Marañón. U. Complutense

Cuando estamos en el hospital, enfermos, temiendo por nuestra vida y a la espera de una cirugía aterradora, tenemos que confiar en los médicos que nos tratan. Si no lo hacemos, la vida se vuelve muy complicada.

Muchas veces, para superar nuestros temores, atribuimos a los médicos cualidades sobrehumanas. Si la operación es un éxito, el cirujano es un héroe; si fracasa, es un villano.

La realidad, por supuesto, es completamente distinta. Los médicos son humanos, como el resto de nosotros, a la espera que se demuestre su origen extraterrestre, claro está. En el caso de los cirujanos, saber cuándo no hay que operar es tan importante como saber operar, y la experiencia en lo primero es más difícil de adquirir.

 En la cualidad humana, reside el error. Es inevitable que uno acabe cometiendo errores, y debe aprender a vivir con las consecuencias (a veces espantosas) y con la habilidad de saber reconocer sus fallos y pedir perdón.

Si bien existen normas, libros y escritos varios sobre la ética médica, estos se corresponden más bien a la ciencia médica y no al médico como individuo. Este profesional debe guiarse por la “ética del médico”, que no debe diferir de la ética del hombre en general. No hay médicos deshumanizados; sino personas deshumanizadas.

Debemos recordar que el núcleo central de la medicina es la relación médico-paciente, relación humana como tantas otras, como la amistad, el amor o la relación padre-hijo, con la diferencia de que el objetivo es buscar la salud, a veces, o la calma, siempre. Y, como relación humana, necesita el condimento indispensable del afecto cercano.

Hay que sumar amor a nuestro quehacer médico. El sentimiento acerca posturas, supera barreras, ilumina, ayuda a entender la diversidad de los individuos y sus historias. En el ejercicio cotidiano de la medicina y de las competencias clínicas, necesitamos saber escuchar y hablar.

La medicina nos plantea dos polos de un mismo mundo: la ciencia (fría, abstracta, racional) y el humanismo (emocional, pasional, afectivo). Del equilibrio entre las dos posturas saldrá el ejercicio de la medicina humana. Pero estas situaciones nos exceden, ya que hacen a cualquier actividad profesional. Los abogados, los arquitectos también pueden oscilar entre estas posturas. Por eso, lo fundamental sería que todos, sea cual sea nuestra profesión, fuéramos ciertamente más humanos. Para lograrlo, habría que trabajar:

  • La palabra, como un medio de comunicación de dos realidades complementarias entre sí (cuerpo y alma).
  • La historia personal que arrastra cada persona, en el sentido de dar contexto a la realidad y las vivencias del otro.
  • Las artes, como una forma de ensalzar el alma y los valores del hombre.

Debemos aprender a tener una visión más amplia de la vida, de las personas y de sus realidades, tan variadas y únicas a la vez. Y, finalmente, debemos atesorar y aprender algo del alma del oficio de payaso, en la que el llanto y la sonrisa conviven en armonía, y la esperanza y la alegría están a flor de piel, aún en los rincones más dolorosos del alma.

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Ser médico, ser humano

Gonzalo Martinez Abad. Estudiante de sexto curso de Medicina del Hospital General Universitario Gregorio Marañón. U. Complutense

Cuando estamos en el hospital, enfermos, temiendo por nuestra vida y a la espera de una cirugía aterradora, tenemos que confiar en los médicos que nos tratan. Si no lo hacemos, la vida se vuelve muy complicada.

Muchas veces, para superar nuestros temores, atribuimos a los médicos cualidades sobrehumanas. Si la operación es un éxito, el cirujano es un héroe; si fracasa, es un villano.

La realidad, por supuesto, es completamente distinta. Los médicos son humanos, como el resto de nosotros, a la espera que se demuestre su origen extraterrestre, claro está. En el caso de los cirujanos, saber cuándo no hay que operar es tan importante como saber operar, y la experiencia en lo primero es más difícil de adquirir.

 En la cualidad humana, reside el error. Es inevitable que uno acabe cometiendo errores, y debe aprender a vivir con las consecuencias (a veces espantosas) y con la habilidad de saber reconocer sus fallos y pedir perdón.

Si bien existen normas, libros y escritos varios sobre la ética médica, estos se corresponden más bien a la ciencia médica y no al médico como individuo. Este profesional debe guiarse por la “ética del médico”, que no debe diferir de la ética del hombre en general. No hay médicos deshumanizados; sino personas deshumanizadas.

Debemos recordar que el núcleo central de la medicina es la relación médico-paciente, relación humana como tantas otras, como la amistad, el amor o la relación padre-hijo, con la diferencia de que el objetivo es buscar la salud, a veces, o la calma, siempre. Y, como relación humana, necesita el condimento indispensable del afecto cercano.

Hay que sumar amor a nuestro quehacer médico. El sentimiento acerca posturas, supera barreras, ilumina, ayuda a entender la diversidad de los individuos y sus historias. En el ejercicio cotidiano de la medicina y de las competencias clínicas, necesitamos saber escuchar y hablar.

La medicina nos plantea dos polos de un mismo mundo: la ciencia (fría, abstracta, racional) y el humanismo (emocional, pasional, afectivo). Del equilibrio entre las dos posturas saldrá el ejercicio de la medicina humana. Pero estas situaciones nos exceden, ya que hacen a cualquier actividad profesional. Los abogados, los arquitectos también pueden oscilar entre estas posturas. Por eso, lo fundamental sería que todos, sea cual sea nuestra profesión, fuéramos ciertamente más humanos. Para lograrlo, habría que trabajar:

  • La palabra, como un medio de comunicación de dos realidades complementarias entre sí (cuerpo y alma).
  • La historia personal que arrastra cada persona, en el sentido de dar contexto a la realidad y las vivencias del otro.
  • Las artes, como una forma de ensalzar el alma y los valores del hombre.

Debemos aprender a tener una visión más amplia de la vida, de las personas y de sus realidades, tan variadas y únicas a la vez. Y, finalmente, debemos atesorar y aprender algo del alma del oficio de payaso, en la que el llanto y la sonrisa conviven en armonía, y la esperanza y la alegría están a flor de piel, aún en los rincones más dolorosos del alma.

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