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Píldoras a la luz de un insomnio

Gonzalo Martinez Abad. Estudiante de quinto curso de Medicina del Hospital General Universitario Gregorio Marañón. U. Complutense

Mi mente no se encuentra tranquila esta noche. De manera incesante busca cualquier estímulo para no volver a la cama. Necesito explicaciones y mi única fuente de respuestas ahora mismo es una azotea que mira a un cielo con escasas estrellas. Agotado tras la rutina del día a día, recuerdo un episodio vivido hoy en el hospital.

Pijama blanco, fonendo en mano, avanzo por el pasillo de la planta de hospitalizados en la Unidad de Neurología del hospital Infanta Leonor. Tras consultar la hoja de ingresados, tengo en mente historiar a una mujer mayor de 86 años (curiosamente con una apariencia muy similar a la abuelita de los Looney Toones), la cual ha sufrido, recientemente, un accidente isquémico transitorio, del cual se ha recuperado completamente y también sufre demencia desde hace varios años.

A pesar de ser dependiente en las actividades del día a día, debido al estado en que se encuentra, vive sola, abandonada por sus hijos y únicamente supervisada y ayudada por sus vecinos.

Sin embargo y a pesar de su demencia, recuerda, con alegría y esperanza que le ilusionan, y así lo refiere varias veces a lo largo de la entrevista, las ganas que tiene de ver a sus hijos entrar en la habitación a la tarde con la caja de galletas que le gustaba que le trajesen cuando la visitaban en casa años atrás y tener una distendida conversación con ellos acerca de cómo se encuentran, las noticias de actualidad y los chismes familiares.

Cada día que la visitan las enfermeras y los médicos que la atienden desde que fuese ingresada, repite a todos ellos que aguarda con impaciencia que la visiten sus familiares, sin ser plenamente consciente de que nunca llegará a cumplirse su deseo.

En conclusión, qué crueldad acarrea la dichosa enfermedad que padece y, al mismo tiempo, la propia enfermedad le ayuda a ser feliz y a seguir viviendo con la esperanza de sus deseos no satisfechos.

Otra de las preguntas que me sugiere esta experiencia es si esta mujer vive sometida a los designios de su demencia y, por tanto, no es consciente de la verdadera realidad o, si por el contrario, es capaz de medir cómo comportarse o cómo actuar; pero en aquellas personas como usted, amable lector, y yo, lúcidas y capaces de regular qué sentir y pensar en cada momento, ¿podemos afirmar que somos libres entre nosotros si acaso no somos capaces en múltiples ocasiones de gobernar sobre nuestros propios pensamientos y actuamos de manera irracional por impulsos, estímulos o emociones determinadas, a pesar de regirnos por algo tan complejo y racional como nuestro sistema límbico cerebral?

Hay un proverbio árabe que leí hace poco y que rescato aquí porque quizás sea la clave de la idea más importante de lo escrito: «La belleza complace a los ojos, pero es la dulzura de las acciones la que encanta el alma».

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Píldoras a la luz de un insomnio

Gonzalo Martinez Abad. Estudiante de quinto curso de Medicina del Hospital General Universitario Gregorio Marañón. U. Complutense

Mi mente no se encuentra tranquila esta noche. De manera incesante busca cualquier estímulo para no volver a la cama. Necesito explicaciones y mi única fuente de respuestas ahora mismo es una azotea que mira a un cielo con escasas estrellas. Agotado tras la rutina del día a día, recuerdo un episodio vivido hoy en el hospital.

Pijama blanco, fonendo en mano, avanzo por el pasillo de la planta de hospitalizados en la Unidad de Neurología del hospital Infanta Leonor. Tras consultar la hoja de ingresados, tengo en mente historiar a una mujer mayor de 86 años (curiosamente con una apariencia muy similar a la abuelita de los Looney Toones), la cual ha sufrido, recientemente, un accidente isquémico transitorio, del cual se ha recuperado completamente y también sufre demencia desde hace varios años.

A pesar de ser dependiente en las actividades del día a día, debido al estado en que se encuentra, vive sola, abandonada por sus hijos y únicamente supervisada y ayudada por sus vecinos.

Sin embargo y a pesar de su demencia, recuerda, con alegría y esperanza que le ilusionan, y así lo refiere varias veces a lo largo de la entrevista, las ganas que tiene de ver a sus hijos entrar en la habitación a la tarde con la caja de galletas que le gustaba que le trajesen cuando la visitaban en casa años atrás y tener una distendida conversación con ellos acerca de cómo se encuentran, las noticias de actualidad y los chismes familiares.

Cada día que la visitan las enfermeras y los médicos que la atienden desde que fuese ingresada, repite a todos ellos que aguarda con impaciencia que la visiten sus familiares, sin ser plenamente consciente de que nunca llegará a cumplirse su deseo.

En conclusión, qué crueldad acarrea la dichosa enfermedad que padece y, al mismo tiempo, la propia enfermedad le ayuda a ser feliz y a seguir viviendo con la esperanza de sus deseos no satisfechos.

Otra de las preguntas que me sugiere esta experiencia es si esta mujer vive sometida a los designios de su demencia y, por tanto, no es consciente de la verdadera realidad o, si por el contrario, es capaz de medir cómo comportarse o cómo actuar; pero en aquellas personas como usted, amable lector, y yo, lúcidas y capaces de regular qué sentir y pensar en cada momento, ¿podemos afirmar que somos libres entre nosotros si acaso no somos capaces en múltiples ocasiones de gobernar sobre nuestros propios pensamientos y actuamos de manera irracional por impulsos, estímulos o emociones determinadas, a pesar de regirnos por algo tan complejo y racional como nuestro sistema límbico cerebral?

Hay un proverbio árabe que leí hace poco y que rescato aquí porque quizás sea la clave de la idea más importante de lo escrito: «La belleza complace a los ojos, pero es la dulzura de las acciones la que encanta el alma».

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