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¿Debemos seguir empleando el IMC para el diagnóstico de la obesidad?

Celia Chicharro Miguel. Investigadora Doctorado. Laboratorio de Biopatología. Departamento de Medicina Legal, Psiquiatría y Patología. Universidad Complutense de Madrid. Investigadora del Centro de Estudios Gregorio Marañón.

¿DEBEMOS SEGUIR EMPLEANDO EL IMC PARA EL DIAGNÓSTICO DE LA OBESIDAD?

Gregorio Marañón fue uno de los más brillantes intelectuales españoles del siglo XX al que le debemos la creación de la disciplina endocrinológica como nueva especialidad clínica. Dedicó buena parte de sus estudios a la obesidad, siendo uno de los primeros profesionales en recomendar el incremento del ejercicio físico y la reducción de la ingesta como medidas para su tratamiento. Marañón fue un médico clínico (y no tanto empírico) que empleó y defendió el Índice de Masa Corporal (IMC) como marcador para el diagnóstico de la obesidad, que hoy se sigue empleando. Se trata de un indicador que relaciona el peso y la talla de un individuo y se calcula dividiendo el peso (kg) entre el cuadrado de su talla (m). Como dijera Marañón ya en 1925: “….porque el progreso científico no corre continuamente como un río hacia el mar, sino que avanza como las mareas, con flujos y reflujos igualmente precisos para que, al fin, las aguas lleguen a donde deben llegar…”. Así ocurre con el IMC, veamos.

Según la Organización Mundial de la Salud (OMS), la obesidad se define como una acumulación anormal o excesiva de grasa que puede ser perjudicial para la salud. Con esta afirmación, podríamos pensar que el aumento de peso se relaciona con la “acumulación anormal o excesiva de grasa”, pero, sin embargo, el aumento de peso no siempre se debe a un aumento de grasa. Emplear el IMC únicamente como indicador para el diagnóstico de la obesidad presenta una serie de inconvenientes que deben ser tenidos en cuenta a la hora de su uso.

  • [1]–[4]. Mediante un ejemplo pretendemos explicar esta circunstancia. Un deportista de halterofilia, el cual exhibe unos músculos fuertes y firmes, sería clasificado mediante el IMC con sobrepeso, a pesar de tener poca grasa corporal. En cambio, una persona sedentaria con malos hábitos alimentarios podría ser clasificada según el IMC, con normopeso, cuando probablemente presenta más cantidad de grasa que un halterófilo. En este caso se ve claramente que el IMC no sería un buen marcador para el diagnóstico de la obesidad ya que podríamos estar clasificando de manera errónea a los sujetos.
  • [1]–[5] ;“aunque el IMC se correlacione con la masa grasa, la medida en sí misma no distingue entre masa grasa y masa libre de grasa”, ya que el peso corporal engloba muchos compartimentos del organismo, entre los que citamos la masa grasa, masa libre de grasa, huesos, agua, etc. Concretamente, el agua constituye el 50-65% del peso total del cuerpo que, junto a la masa libre de grasa y la masa grasa son los compartimentos más importantes de la composición corporal. Recordemos que la masa grasa se considera un tejido metabólicamente inactivo y la masa libre de grasa es tejido metabólicamente activo (siendo el musculo esquelético su componente más importante). En este contexto, deberíamos referirnos siempre a la “pérdida de masa grasa” y no a la “pérdida de peso”, ya que perder peso incluiría perder masa muscular y este tejido debe ser preservado con el objetivo de prevenir una posible sarcopenia.

Desafortunadamente y desde hace años, se ha enfocado el tratamiento de la obesidad solo sobre la pérdida de peso, correlacionando, de forma rígida, el peso como determinante de salud, pero, no por estar “delgados” estamos siempre sanos y no por estar “gordos” estamos siempre enfermos.

La obesidad es una enfermedad de origen multifactorial en la que se encuentran implicadas diversas causas que desencadenan la aparición de la patología. En consecuencia, su tratamiento debería estar dirigido a la pérdida de grasa y a la preservación de la masa muscular. Para ello, los profesionales de la salud deben aportar recomendaciones dietéticas personalizadas, esto es, adaptadas a las necesidades de cada individuo, al igual que recomendaciones de ejercicio físico sin olvidar la importancia del descanso. De la misma forma, se debe realizar un seguimiento periódico a fin de ir corrigiendo en todo momento cualquier tipo de problema que pueda surgir.

En definitiva, el IMC puede ser empleado como un indicador que nos oriente a la hora de evaluar la obesidad, pero hoy en día, resulta de mucho interés incorporar biomarcadores metabólicos, que por su carácter objetivo nos ayudan a un mejor diagnóstico y monitorización, lo que permitirá mejorar la toma de decisiones que exija el tratamiento y cuidado del paciente obeso. Entre estos biomarcadores se encuentran la leptina (una proteína que interviene en la moderación del apetito); la adiponectina (una hormona peptídica que sensibiliza otros órganos frente a los efectos de la insulina y protege contra la enfermedad cardiovascular); o la ghrelina (una hormona peptídica que estimula el apetito y cuyos niveles sanguíneos se encuentran elevados en personas obesas) [6], [7]. No obstante, en la actualidad comienzan a despuntar nuevos biomarcadores cuyos niveles plasmáticos parecen estar disminuidos en los pacientes obesos, como es el caso del triptófano y la serotonina, aunque se necesitan más estudios adicionales que sean capaces de certificar esta relación [8], [9].

BIBLIOGRAFÍA:

Libro: GREGORIO MARAÑÓN; CUMBRE Y SÍNTESIS PARA EL SIGLO XXI (2011). GREGORIO MARAÑÓN Y LA ENDOCRINOLOGÍA I: Ana Isabel Jiménez Millán y Basilio Moreno Esteban. Especialistas en Endocrinología y Nutrición. Unidad de Obesidad. HGU Gregorio Marañón. Madrid.

Página web: https://www.who.int/es/news-room/fact-sheets/detail/obesity-and-overweight

Manual: Carbajal Azcona, Á. (2013). Manual de nutrición y dietética. Universidad Complutense de Madrid.

Artículos:

[1]         L. M. Donini, A. Pinto, A. M. Giusti, A. Lenzi, and E. Poggiogalle, “Obesity or BMI Paradox? Beneath the Tip of the Iceberg,” Frontiers in Nutrition, vol. 7, no. May, pp. 1–6, 2020, doi: 10.3389/fnut.2020.00053.

[2]         M. C. Gonzalez, M. I. T. D. Correia, and S. B. Heymsfield, “A requiem for BMI in the clinical setting,” Current Opinion in Clinical Nutrition and Metabolic Care, vol. 20, no. 5, pp. 314–321, 2017, doi: 10.1097/MCO.0000000000000395.

[3]         D. Khanna, C. Peltzer, P. Kahar, and M. S. Parmar, “Body Mass Index (BMI): A Screening Tool Analysis,” Cureus, vol. 14, no. 1994, pp. 1–6, 2022, doi: 10.7759/cureus.22119.

[4]         K. Nimptsch, S. Konigorski, and T. Pischon, “Diagnosis of obesity and use of obesity biomarkers in science and clinical medicine,” Metabolism: Clinical and Experimental, vol. 92, pp. 61–70, 2019, doi: 10.1016/j.metabol.2018.12.006.

[5]         Y. Hou, Z. Xie, X. Zhao, Y. Yuan, P. Dou, and Z. Wang, “Appendicular skeletal muscle mass: A more sensitive biomarker of disease severity than BMI in adults with mitochondrial diseases,” PLoS ONE, vol. 14, no. 7, pp. 1–11, 2019, doi: 10.1371/journal.pone.0219628.

[6]         C. T. Bramante et al., “BMI metrics and their association with adiposity, cardiometabolic risk factors, and biomarkers in children and adolescents,” International Journal of Obesity, vol. 46, no. 2, pp. 359–365, 2022, doi: 10.1038/s41366-021-01006-x.

[7]         D. L. Nelson and M. M. Cox, Príncípios de Bioqímica de Lehninger. 2013.

[8]         J. Kałużna-Czaplińska, P. Gątarek, S. Chirumbolo, M. S. Chartrand, and G. Bjørklund, “How important is tryptophan in human health?” Critical Reviews in Food Science and Nutrition, vol. 59, no. 1, pp. 72–88, 2019, doi: 10.1080/10408398.2017.1357534.

[9]         A. Agus, J. Planchais, and H. Sokol, “Gut Microbiota Regulation of Tryptophan Metabolism in Health and Disease,” Cell Host and Microbe, vol. 23, no. 6, pp. 716–724, 2018, doi: 10.1016/j.chom.2018.05.003.

  • Escofet, F. J. S. (2017). Gordos y flacos. La obesidad un siglo después de Marañón. Boletín de la Academia Malagueña de Ciencias, (19), 9-25.
  • Fernández, E. B. EL SÍNDROME METABÓLICO Y LA RESISTENCIA A LA ACCIÓN DE LA INSULINA: DE MARAÑÓN A NUESTROS DÍAS. 135(01), 77–83.
  • Zárate, A. (2011). Gregorio Marañón, un pionero de la endocrinología, cumple 50 años de su fallecimiento. Gaceta médica de México, 147(2), 176-179.

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¿Debemos seguir empleando el IMC para el diagnóstico de la obesidad?

Celia Chicharro Miguel. Investigadora Doctorado. Laboratorio de Biopatología. Departamento de Medicina Legal, Psiquiatría y Patología. Universidad Complutense de Madrid. Investigadora del Centro de Estudios Gregorio Marañón.

¿DEBEMOS SEGUIR EMPLEANDO EL IMC PARA EL DIAGNÓSTICO DE LA OBESIDAD?

Gregorio Marañón fue uno de los más brillantes intelectuales españoles del siglo XX al que le debemos la creación de la disciplina endocrinológica como nueva especialidad clínica. Dedicó buena parte de sus estudios a la obesidad, siendo uno de los primeros profesionales en recomendar el incremento del ejercicio físico y la reducción de la ingesta como medidas para su tratamiento. Marañón fue un médico clínico (y no tanto empírico) que empleó y defendió el Índice de Masa Corporal (IMC) como marcador para el diagnóstico de la obesidad, que hoy se sigue empleando. Se trata de un indicador que relaciona el peso y la talla de un individuo y se calcula dividiendo el peso (kg) entre el cuadrado de su talla (m). Como dijera Marañón ya en 1925: “….porque el progreso científico no corre continuamente como un río hacia el mar, sino que avanza como las mareas, con flujos y reflujos igualmente precisos para que, al fin, las aguas lleguen a donde deben llegar…”. Así ocurre con el IMC, veamos.

Según la Organización Mundial de la Salud (OMS), la obesidad se define como una acumulación anormal o excesiva de grasa que puede ser perjudicial para la salud. Con esta afirmación, podríamos pensar que el aumento de peso se relaciona con la “acumulación anormal o excesiva de grasa”, pero, sin embargo, el aumento de peso no siempre se debe a un aumento de grasa. Emplear el IMC únicamente como indicador para el diagnóstico de la obesidad presenta una serie de inconvenientes que deben ser tenidos en cuenta a la hora de su uso.

  • [1]–[4]. Mediante un ejemplo pretendemos explicar esta circunstancia. Un deportista de halterofilia, el cual exhibe unos músculos fuertes y firmes, sería clasificado mediante el IMC con sobrepeso, a pesar de tener poca grasa corporal. En cambio, una persona sedentaria con malos hábitos alimentarios podría ser clasificada según el IMC, con normopeso, cuando probablemente presenta más cantidad de grasa que un halterófilo. En este caso se ve claramente que el IMC no sería un buen marcador para el diagnóstico de la obesidad ya que podríamos estar clasificando de manera errónea a los sujetos.
  • [1]–[5] ;“aunque el IMC se correlacione con la masa grasa, la medida en sí misma no distingue entre masa grasa y masa libre de grasa”, ya que el peso corporal engloba muchos compartimentos del organismo, entre los que citamos la masa grasa, masa libre de grasa, huesos, agua, etc. Concretamente, el agua constituye el 50-65% del peso total del cuerpo que, junto a la masa libre de grasa y la masa grasa son los compartimentos más importantes de la composición corporal. Recordemos que la masa grasa se considera un tejido metabólicamente inactivo y la masa libre de grasa es tejido metabólicamente activo (siendo el musculo esquelético su componente más importante). En este contexto, deberíamos referirnos siempre a la “pérdida de masa grasa” y no a la “pérdida de peso”, ya que perder peso incluiría perder masa muscular y este tejido debe ser preservado con el objetivo de prevenir una posible sarcopenia.

Desafortunadamente y desde hace años, se ha enfocado el tratamiento de la obesidad solo sobre la pérdida de peso, correlacionando, de forma rígida, el peso como determinante de salud, pero, no por estar “delgados” estamos siempre sanos y no por estar “gordos” estamos siempre enfermos.

La obesidad es una enfermedad de origen multifactorial en la que se encuentran implicadas diversas causas que desencadenan la aparición de la patología. En consecuencia, su tratamiento debería estar dirigido a la pérdida de grasa y a la preservación de la masa muscular. Para ello, los profesionales de la salud deben aportar recomendaciones dietéticas personalizadas, esto es, adaptadas a las necesidades de cada individuo, al igual que recomendaciones de ejercicio físico sin olvidar la importancia del descanso. De la misma forma, se debe realizar un seguimiento periódico a fin de ir corrigiendo en todo momento cualquier tipo de problema que pueda surgir.

En definitiva, el IMC puede ser empleado como un indicador que nos oriente a la hora de evaluar la obesidad, pero hoy en día, resulta de mucho interés incorporar biomarcadores metabólicos, que por su carácter objetivo nos ayudan a un mejor diagnóstico y monitorización, lo que permitirá mejorar la toma de decisiones que exija el tratamiento y cuidado del paciente obeso. Entre estos biomarcadores se encuentran la leptina (una proteína que interviene en la moderación del apetito); la adiponectina (una hormona peptídica que sensibiliza otros órganos frente a los efectos de la insulina y protege contra la enfermedad cardiovascular); o la ghrelina (una hormona peptídica que estimula el apetito y cuyos niveles sanguíneos se encuentran elevados en personas obesas) [6], [7]. No obstante, en la actualidad comienzan a despuntar nuevos biomarcadores cuyos niveles plasmáticos parecen estar disminuidos en los pacientes obesos, como es el caso del triptófano y la serotonina, aunque se necesitan más estudios adicionales que sean capaces de certificar esta relación [8], [9].

BIBLIOGRAFÍA:

Libro: GREGORIO MARAÑÓN; CUMBRE Y SÍNTESIS PARA EL SIGLO XXI (2011). GREGORIO MARAÑÓN Y LA ENDOCRINOLOGÍA I: Ana Isabel Jiménez Millán y Basilio Moreno Esteban. Especialistas en Endocrinología y Nutrición. Unidad de Obesidad. HGU Gregorio Marañón. Madrid.

Página web: https://www.who.int/es/news-room/fact-sheets/detail/obesity-and-overweight

Manual: Carbajal Azcona, Á. (2013). Manual de nutrición y dietética. Universidad Complutense de Madrid.

Artículos:

[1]         L. M. Donini, A. Pinto, A. M. Giusti, A. Lenzi, and E. Poggiogalle, “Obesity or BMI Paradox? Beneath the Tip of the Iceberg,” Frontiers in Nutrition, vol. 7, no. May, pp. 1–6, 2020, doi: 10.3389/fnut.2020.00053.

[2]         M. C. Gonzalez, M. I. T. D. Correia, and S. B. Heymsfield, “A requiem for BMI in the clinical setting,” Current Opinion in Clinical Nutrition and Metabolic Care, vol. 20, no. 5, pp. 314–321, 2017, doi: 10.1097/MCO.0000000000000395.

[3]         D. Khanna, C. Peltzer, P. Kahar, and M. S. Parmar, “Body Mass Index (BMI): A Screening Tool Analysis,” Cureus, vol. 14, no. 1994, pp. 1–6, 2022, doi: 10.7759/cureus.22119.

[4]         K. Nimptsch, S. Konigorski, and T. Pischon, “Diagnosis of obesity and use of obesity biomarkers in science and clinical medicine,” Metabolism: Clinical and Experimental, vol. 92, pp. 61–70, 2019, doi: 10.1016/j.metabol.2018.12.006.

[5]         Y. Hou, Z. Xie, X. Zhao, Y. Yuan, P. Dou, and Z. Wang, “Appendicular skeletal muscle mass: A more sensitive biomarker of disease severity than BMI in adults with mitochondrial diseases,” PLoS ONE, vol. 14, no. 7, pp. 1–11, 2019, doi: 10.1371/journal.pone.0219628.

[6]         C. T. Bramante et al., “BMI metrics and their association with adiposity, cardiometabolic risk factors, and biomarkers in children and adolescents,” International Journal of Obesity, vol. 46, no. 2, pp. 359–365, 2022, doi: 10.1038/s41366-021-01006-x.

[7]         D. L. Nelson and M. M. Cox, Príncípios de Bioqímica de Lehninger. 2013.

[8]         J. Kałużna-Czaplińska, P. Gątarek, S. Chirumbolo, M. S. Chartrand, and G. Bjørklund, “How important is tryptophan in human health?” Critical Reviews in Food Science and Nutrition, vol. 59, no. 1, pp. 72–88, 2019, doi: 10.1080/10408398.2017.1357534.

[9]         A. Agus, J. Planchais, and H. Sokol, “Gut Microbiota Regulation of Tryptophan Metabolism in Health and Disease,” Cell Host and Microbe, vol. 23, no. 6, pp. 716–724, 2018, doi: 10.1016/j.chom.2018.05.003.

  • Escofet, F. J. S. (2017). Gordos y flacos. La obesidad un siglo después de Marañón. Boletín de la Academia Malagueña de Ciencias, (19), 9-25.
  • Fernández, E. B. EL SÍNDROME METABÓLICO Y LA RESISTENCIA A LA ACCIÓN DE LA INSULINA: DE MARAÑÓN A NUESTROS DÍAS. 135(01), 77–83.
  • Zárate, A. (2011). Gregorio Marañón, un pionero de la endocrinología, cumple 50 años de su fallecimiento. Gaceta médica de México, 147(2), 176-179.

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