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Envejecer

Fernando Bandrés, director del Centro de Estudios Gregorio Marañón

Es catedrático de Medicina en la Universidad Complutense de Madrid y especialista en análisis clínicos, así como en medicina legal y forense. Actualmente, también es presidente de la Fundación Tecnología y Salud, miembro del Consejo Académico del Instituto Universitario de Investigación Ortega – Marañón y miembro del Observatorio de Humanización de la Asistencia Sanitaria de la Consejería de Sanidad de la Comunidad de Madrid.

ENVEJECER[1]

Nuestro premio Nobel, D. Santiago Ramón y Cajal, en su libro titulado «El Mundo visto a los ochenta años» nos dice:

 “Hemos llegado sin sentir a los helados dominios de Vejecia; a ese invierno de la vida sin retorno vernal, con sus honores y horrores… El tiempo empuja tan solapadamente con el fluir sempiterno de los días, que apenas reparamos en que, distanciados de los contemporáneos, nos encontramos solos, en plena supervivencia. Porque el tiempo “corre lento al comenzar la jornada y vertiginosamente al terminarla… Al leer en nuestra conciencia, quedamos un poco aturdidos. El yo, no obstante las traiciones y eclipses de la memoria, sigue considerándose como eje de nuestra vida interior y exterior, a despecho de un cuerpo decrépito que nos sigue jadeante y como a remolque en nuestras andanzas fisiológicas e intelectuales”.                                                                                    

La vejez biológica se identifica con la enfermedad y la decrepitud del organismo, lo que nos lleva a la gerontología y la geriatría. Nuestras células, tejidos y órganos, van perdiendo su capacidad de división, crecimiento y función hasta llegar a ser incompatibles con la vida. En muchos casos este recorrido se realiza en un contexto narrativo y biográfico de dolor y sufrimiento, pues nuestro cuerpo es una máquina muy compleja que envejece en el marco de un tiempo, no solo cronológico, sino también biológico y biográfico, lo que le hacer ser desde un punto de vista estético, bello y merecedor de una curiosidad plena de admiración.

Cuando la vejez biográfica se va instalando, los demás suelen identificar como nos reiteramos en la sucesión de narraciones, mezcladas con circunstancias y acontecimientos de salud que protagonizan relatos expositivos propios de otro tiempo. De forma educada llaman a esta etapa de la vida, cordialmente, madurez o tercera edad.

Lo cierto es que ambas “vejeces”, biológica y biográfica, viven juntas, se reconocen, comunican e intercambian experiencias comunes. Es la verdadera vida experiencial.

A medida que el tiempo pasa, la memoria y los recuerdos más vitales  se activan – mientras las fuerzas van declinando-,  se amontonan y mezclan aciertos, éxitos, errores y  desengaños, al punto de encubrir con la palabra sabiduría, muchos estados de desesperanza. En este tiempo de evidente y progresivo envejecimiento, surge, de forma paradójica y perpleja ante el espejo el rostro ajado por el tiempo y la salud pero que a la vez trasluce una serenidad que no nos pertenece, sino que habita en nosotros como un milagro de la vida. Quizá sea el espejo del alma, pues como dijera Víctor Hugo, “en los ojos del joven arde la llama, en los del viejo brilla la luz”.

Acercarse a la vejez y sus experiencias, redescubrir a la persona en ese nuevo tiempo biográfico, madurez, vejez y ancianidad ,pueden permitir un reencuentro entre nuestro talento biológico y todo lo  inmerecido e inesperado que se desprende de nuestra longeva biografía, como es el amar y ser amado.

La vejez será entonces un nuevo tiempo, verdadero renacimiento, que nos ilumina y capacita para evidenciar nuestro deseo y necesidad de creer y esperar en quien nos dio la vida y la brújula de su sentido, para llegar hasta hoy: Dios.

Encuentro reflejo y consuelo para esta reflexión en las palabras de Gregorio Marañón cuando escribe:

“Ciego será quien no vea que el ideal de la etapa futura de nuestra civilización será un simple retorno de los valores eternos y, por ser eternos, antiguos y modernos; a la supremacía del deber sobre el derecho; a la revalorización del dolor como energía creadora; al desdén por la excesiva fruición de los sentidos; al culto del alma sobre el cuerpo; en suma, por una u otra vía, a la vuelta hacia Dios”.


[1] Texto actualizado del libro: Vejez Biológica y Vejez Biográfica. Autor Fernando Bandrés. Colección Sinergia. Ed Instituto E. Mounier . 2015

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Envejecer

Fernando Bandrés, director del Centro de Estudios Gregorio Marañón

Es catedrático de Medicina en la Universidad Complutense de Madrid y especialista en análisis clínicos, así como en medicina legal y forense. Actualmente, también es presidente de la Fundación Tecnología y Salud, miembro del Consejo Académico del Instituto Universitario de Investigación Ortega – Marañón y miembro del Observatorio de Humanización de la Asistencia Sanitaria de la Consejería de Sanidad de la Comunidad de Madrid.

ENVEJECER[1]

Nuestro premio Nobel, D. Santiago Ramón y Cajal, en su libro titulado «El Mundo visto a los ochenta años» nos dice:

 “Hemos llegado sin sentir a los helados dominios de Vejecia; a ese invierno de la vida sin retorno vernal, con sus honores y horrores… El tiempo empuja tan solapadamente con el fluir sempiterno de los días, que apenas reparamos en que, distanciados de los contemporáneos, nos encontramos solos, en plena supervivencia. Porque el tiempo “corre lento al comenzar la jornada y vertiginosamente al terminarla… Al leer en nuestra conciencia, quedamos un poco aturdidos. El yo, no obstante las traiciones y eclipses de la memoria, sigue considerándose como eje de nuestra vida interior y exterior, a despecho de un cuerpo decrépito que nos sigue jadeante y como a remolque en nuestras andanzas fisiológicas e intelectuales”.                                                                                    

La vejez biológica se identifica con la enfermedad y la decrepitud del organismo, lo que nos lleva a la gerontología y la geriatría. Nuestras células, tejidos y órganos, van perdiendo su capacidad de división, crecimiento y función hasta llegar a ser incompatibles con la vida. En muchos casos este recorrido se realiza en un contexto narrativo y biográfico de dolor y sufrimiento, pues nuestro cuerpo es una máquina muy compleja que envejece en el marco de un tiempo, no solo cronológico, sino también biológico y biográfico, lo que le hacer ser desde un punto de vista estético, bello y merecedor de una curiosidad plena de admiración.

Cuando la vejez biográfica se va instalando, los demás suelen identificar como nos reiteramos en la sucesión de narraciones, mezcladas con circunstancias y acontecimientos de salud que protagonizan relatos expositivos propios de otro tiempo. De forma educada llaman a esta etapa de la vida, cordialmente, madurez o tercera edad.

Lo cierto es que ambas “vejeces”, biológica y biográfica, viven juntas, se reconocen, comunican e intercambian experiencias comunes. Es la verdadera vida experiencial.

A medida que el tiempo pasa, la memoria y los recuerdos más vitales  se activan – mientras las fuerzas van declinando-,  se amontonan y mezclan aciertos, éxitos, errores y  desengaños, al punto de encubrir con la palabra sabiduría, muchos estados de desesperanza. En este tiempo de evidente y progresivo envejecimiento, surge, de forma paradójica y perpleja ante el espejo el rostro ajado por el tiempo y la salud pero que a la vez trasluce una serenidad que no nos pertenece, sino que habita en nosotros como un milagro de la vida. Quizá sea el espejo del alma, pues como dijera Víctor Hugo, “en los ojos del joven arde la llama, en los del viejo brilla la luz”.

Acercarse a la vejez y sus experiencias, redescubrir a la persona en ese nuevo tiempo biográfico, madurez, vejez y ancianidad ,pueden permitir un reencuentro entre nuestro talento biológico y todo lo  inmerecido e inesperado que se desprende de nuestra longeva biografía, como es el amar y ser amado.

La vejez será entonces un nuevo tiempo, verdadero renacimiento, que nos ilumina y capacita para evidenciar nuestro deseo y necesidad de creer y esperar en quien nos dio la vida y la brújula de su sentido, para llegar hasta hoy: Dios.

Encuentro reflejo y consuelo para esta reflexión en las palabras de Gregorio Marañón cuando escribe:

“Ciego será quien no vea que el ideal de la etapa futura de nuestra civilización será un simple retorno de los valores eternos y, por ser eternos, antiguos y modernos; a la supremacía del deber sobre el derecho; a la revalorización del dolor como energía creadora; al desdén por la excesiva fruición de los sentidos; al culto del alma sobre el cuerpo; en suma, por una u otra vía, a la vuelta hacia Dios”.


[1] Texto actualizado del libro: Vejez Biológica y Vejez Biográfica. Autor Fernando Bandrés. Colección Sinergia. Ed Instituto E. Mounier . 2015

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