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La Cultura en Español, por Fernando R. Lafuente

 Al comienzo de este nuevo siglo la idea de cuidar la imagen exterior de una nación se extendió a países en los que la conciencia de proyectarse hacia afuera venía de décadas anteriores, pero la cuestión surgía porque los viejos modelos no respondían con eficacia ante una sociedad globalizada en la que la percepción del resto era cuestión esencial e insoslayable, porque como ya había advertido, con cierta anticipación, Ortega: “el que los pueblos se hayan acercado tanto espacialmente, no quiere decir que vitalmente estén más próximos.”

Así el Panel 2000 Re-branding Britain del Reino Unido, puesto en marcha en 1998 por el Foreign and Conmonwealth Office, se trazó un plan a cinco años con el objetivo de “proyectar Gran Bretaña hacia el mundo” y Alemania seguía la misma línea de los británicos con el Concept 2000, bajo la idea de mostrar “un país creativo y civilizado (…) al ganar para nuestros socios y amigos, la política de relaciones culturales sirve directamente a los intereses nacionales”, y un año después, Estados Unidos, tras el fatal 11-S potenció la Oficina Global de Comunicaciones con el fin de cambiar “la percepción de nuestro país en el mundo cuando menos no es comprendida, y en el peor de los casos, está sesgada”.

Qué lugar se ocupa en el intrincado mapa de las relaciones comerciales, culturales, económicas y cuáles son las maneras más adecuadas para comunicar una imagen favorable, real, es ahora la nueva acometida que se presenta con el rótulo de la cultura en español.

Hacia 1915 el gran escritor mexicano que fue Alfonso Reyes escribió: “Si el orbe hispano de ambos mundos no llega a pesar sobre la tierra en proporción con las dimensiones territoriales que cubre, si el hablar la lengua española no ha de representar nunca una ventaja en las letras como en el comercio, nuestro ejemplo será el ejemplo más vergonzoso de ineptitud que pueda ofrecer la raza humana”.

Hora de la cultura en español

Advertía Ortega que toda realidad que se ignora prepara su venganza. La lengua y la cultura en español –tan inseparables como las dos caras de una misma hoja de papel-, además de una inmensa riqueza, tanto en términos culturales como económicos y de imagen, es una realidad que Iberoamérica y España, en los últimos años, no han ignorado, y de ahí el creciente ámbito de interés y actuación que hoy existe, y que se amplía de manera notable.

Si desde España no se comprende que en estos primeros años del siglo XXI el español es una lengua plenamente americana poca respuesta se dará a esa realidad. Nueve de cada diez hablantes del español están al otro lado del Atlántico. Hoy sólo cabe hablar de cultura en español. Romper las fronteras. Ya lo recordaba Francisco Ayala: la patria de un escritor es su lengua. Tanto el Instituto Cervantes como la Real Academia han sabido incorporar este sentimiento americano a sus actividades, a la presencia constante de esa geografía lingüística y cultural americana.

La realidad norteamericana, lo sucedido en Brasil, el creciente y manifiesto interés en la Unión Europea, el Magreb y Extremo Oriente por esa cultura en español requiere un pleno compromiso no ya de las organismos públicos –entre los que el Instituto Cervantes constituye, y así lo muestra cada día en su eficaz labor, un elemento vertebral- sino del conjunto de los sectores privados de España e Iberoamérica.

La cultura en español necesita una mayor dedicación por parte del patrocinio privado. El mapa que hoy se presenta ofrece una oportunidad que rara vez se repetirá. Ya no se trata sólo del romántico hispanismo, o del atractivo exotismo de una historia más sospechada que conocida, ahora se trata de un formidable bien cultural y económico que en las primeras décadas del siglo XXI debe consolidar su posición como segunda lengua internacional. Las cartas están sobre la mesa, los instrumentos adecuados con las personas adecuadas en tal disposición. Lo que resulte será responsabilidad del conjunto de las sociedades españolas e iberoamericanas. Pero no se presentará una partida tan favorable, otra vez.

El petróleo invisible

El idioma es el “petróleo invisible”, el bien inconmensurable en el que se expresa la sociedad en español.

Cien años después de las palabras más arriba citadas de Alfonso Reyes, el español lo hablan cerca de 470 millones de personas como lengua materna (un 6,7 por ciento de la población mundial, porcentaje que destaca por encima del correspondiente al ruso, 2,2 por ciento; al francés, 1,1 por ciento y al alemán, 1,1 por ciento). Son más de 20 millones de alumnos los que estudian español como lengua extranjera. No es casualidad que sean Estados Unidos, Brasil y Francia las naciones que ocupen los primeros puestos en tan singular baremo. Sólo en Estados Unidos el número de universitarios (mayoritariamente de lengua inglesa) matriculados en cursos de español supera al número total de alumnos matriculados en cursos de otras lenguas, sean estas el chino, el francés, el alemán, el árabe o el italiano.

Hay que pensar que a principios del siglo XX, apenas alcanzaban los 60 millones de hablantes los que se expresaban en español. Hoy el grupo de usuarios potenciales del español en el mundo (si se integra a los nativos, a los de competencia limitada y a los que aprenden tal idioma) se aproxima a los 560 millones. Las cifras son relevantes. Ya recuerdan en Italia que “las matemáticas no son opinión”. Y los números son elocuentes. Esta es la realidad, la fotografía actual del idioma español. Sí, es el “petróleo invisible” del que dispone la sociedad iberoamericana hoy. Su gran industria. No sólo es una lengua de cultura (la lengua que creó la novela moderna), sino un extraordinario recurso económico.

¿Es consciente la sociedad española (política, financiera, comercial, mediática) de lo que tiene entre manos? La respuesta se verá en los próximos años. El español es la segunda lengua materna del mundo por número de hablantes, tras el chino (mandarín), y a esta fecha, no ha tocado techo, porque las más cautas previsiones estiman que en el cercano 2030 los hispanohablantes serán el 7,5 de la población mundial y Estados Unidos, con las previsiones más cautas, será en 2050 el primer país hispanohablante. Extraordinario. Pero no se trata sólo del valor cultural, es que compartir el español aumenta cerca de un 300 por ciento el comercio bilateral, sólo, entre los países hispanohablantes, no pensemos en cómo ese comercio se dispara, por ejemplo, con la relación de intercambio de bienes cuando entran en juego naciones como China y su relación comercial con Iberoamérica.

Y queda Internet, porque el español es la segunda lengua más visitada en Wikipedia, inmediatamente después del inglés. Una lengua crece cuando la información en ese idioma crece. El inglés y el español serán las lenguas del siglo XXI: Carlos Fuentes destacó cómo la expansión del español se debía a su carácter de lengua de “andariegos e inmigrantes”, una lengua de frontera, y una lengua americana que pulveriza las fronteras.

Sí, “el español es más moderno que el castellano”, como recordó Mauricio Wisenthal. Nueve de cada diez hablantes están al otro lado del Atlántico y apenas un 5 por ciento de los hablantes pronunciamos la “ce”. Tras el inglés es la segunda lengua internacional. Estados Unidos, Brasil, el Magreb y Extremo Oriente son claves en la consolidación de esa internacionalidad. Queda el sentido de administrar este extraordinario bien, este “petróleo invisible”, no ya como “Marca España”, sino como legado común con Iberoamérica, y cumplir, ejemplarmente, con las sabias palabras del mexicano Alfonso Reyes, por cierto, como hasta la fecha ha cumplido el Instituto Cervantes, creado ahora hace casi un cuarto de siglo.

Diez modestas proposiciones

La expansión deberá ser digital, no presencial. La agenda de creación de centros del Instituto Cervantes en el exterior ha cumplido su labor. Ahora se abre al futuro, y el futuro es lo digital: cursos, exámenes, certificaciones, formación de profesores, bibliotecas electrónicas…
Profundizar en ese gran hallazgo que es el SIELE (Servicio Internacional de Evaluación de la Lengua Española) con su certificación electrónica.
Ni dar un paso sin Iberoamérica. Alcanzar el máximo de acuerdos con entidades semejantes y con fines y objetivos comunes en esa expansión y consolidación como segunda lengua internacional.
Vital: autonomía del Instituto Cervantes en la gestión. Una entidad de este calibre y de estos objetivos no puede estar sometida al albur de los vaivenes políticos. Es necesario, como en el Museo del Prado, como en la Biblioteca Nacional, como en los Archivos Nacionales, un acuerdo de Estado, que permita a la entidad plantear un programa de actuación a medio y largo plazo.
Centrar la actuación en las áreas geográficas en las que el español tiene, hoy, su principal foco de atención: Estados Unidos, Brasil y Extremo Oriente (China, India, Japón y Corea del Sur).
Lograr, tanto en la enseñanza como en las diversas manifestaciones culturales, un consenso amplio, diverso y plural con el conjunto de lo que hoy compone la Sociedad Iberoamericana de Naciones.
Potenciar las industrias culturales, libro, música, cine, artes plásticas, medios de comunicación en aras a una labor conjunta de proyección y promoción.
Lo mismo que se ha logrado en las últimas décadas con la internacionalización de la economía española, alcanzar esa internacionalización en el ámbito de la cultura (que es el de la lengua), con la colaboración de las correspondientes industrias culturales iberoamericanas, de manera especial con México, Argentina y Perú.
Profesionalizar la acción cultural exterior. La gestión cultural, hoy compleja y especializada, debe estar en manos de quienes poseen un curriculum que les avala como tales, y no un mero nombramiento diplomático.
Avanzar hacia la creación de un canal de televisión –online, por satélite y demás- que contribuya a estar presente en cualquier lugar del mundo.

Fernando R. Lafuente es Doctor en Filología por la Universidad Complutense de Madrid, donde ha ejercido también como profesor. Ha ocupado los cargos de director del Instituto Cervantes, director general de Libro, Archivos y Bibliotecas y director de Cooperación Iberoamericana de Buenos Aires. Fue durante más diez años subdirector del suplemento ABC Cultural, del diario ABC. En la actualidad es secretario de redacción de Revista de Occidente, codirector del Máster en Cultura Contemporánea del Instituto Universitario de Investigación Ortega y Gasset y director del Centro de Español Soledad Ortega Spottorno de la Fundación Ortega-Marañón.

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La Cultura en Español, por Fernando R. Lafuente

 Al comienzo de este nuevo siglo la idea de cuidar la imagen exterior de una nación se extendió a países en los que la conciencia de proyectarse hacia afuera venía de décadas anteriores, pero la cuestión surgía porque los viejos modelos no respondían con eficacia ante una sociedad globalizada en la que la percepción del resto era cuestión esencial e insoslayable, porque como ya había advertido, con cierta anticipación, Ortega: “el que los pueblos se hayan acercado tanto espacialmente, no quiere decir que vitalmente estén más próximos.”

Así el Panel 2000 Re-branding Britain del Reino Unido, puesto en marcha en 1998 por el Foreign and Conmonwealth Office, se trazó un plan a cinco años con el objetivo de “proyectar Gran Bretaña hacia el mundo” y Alemania seguía la misma línea de los británicos con el Concept 2000, bajo la idea de mostrar “un país creativo y civilizado (…) al ganar para nuestros socios y amigos, la política de relaciones culturales sirve directamente a los intereses nacionales”, y un año después, Estados Unidos, tras el fatal 11-S potenció la Oficina Global de Comunicaciones con el fin de cambiar “la percepción de nuestro país en el mundo cuando menos no es comprendida, y en el peor de los casos, está sesgada”.

Qué lugar se ocupa en el intrincado mapa de las relaciones comerciales, culturales, económicas y cuáles son las maneras más adecuadas para comunicar una imagen favorable, real, es ahora la nueva acometida que se presenta con el rótulo de la cultura en español.

Hacia 1915 el gran escritor mexicano que fue Alfonso Reyes escribió: “Si el orbe hispano de ambos mundos no llega a pesar sobre la tierra en proporción con las dimensiones territoriales que cubre, si el hablar la lengua española no ha de representar nunca una ventaja en las letras como en el comercio, nuestro ejemplo será el ejemplo más vergonzoso de ineptitud que pueda ofrecer la raza humana”.

Hora de la cultura en español

Advertía Ortega que toda realidad que se ignora prepara su venganza. La lengua y la cultura en español –tan inseparables como las dos caras de una misma hoja de papel-, además de una inmensa riqueza, tanto en términos culturales como económicos y de imagen, es una realidad que Iberoamérica y España, en los últimos años, no han ignorado, y de ahí el creciente ámbito de interés y actuación que hoy existe, y que se amplía de manera notable.

Si desde España no se comprende que en estos primeros años del siglo XXI el español es una lengua plenamente americana poca respuesta se dará a esa realidad. Nueve de cada diez hablantes del español están al otro lado del Atlántico. Hoy sólo cabe hablar de cultura en español. Romper las fronteras. Ya lo recordaba Francisco Ayala: la patria de un escritor es su lengua. Tanto el Instituto Cervantes como la Real Academia han sabido incorporar este sentimiento americano a sus actividades, a la presencia constante de esa geografía lingüística y cultural americana.

La realidad norteamericana, lo sucedido en Brasil, el creciente y manifiesto interés en la Unión Europea, el Magreb y Extremo Oriente por esa cultura en español requiere un pleno compromiso no ya de las organismos públicos –entre los que el Instituto Cervantes constituye, y así lo muestra cada día en su eficaz labor, un elemento vertebral- sino del conjunto de los sectores privados de España e Iberoamérica.

La cultura en español necesita una mayor dedicación por parte del patrocinio privado. El mapa que hoy se presenta ofrece una oportunidad que rara vez se repetirá. Ya no se trata sólo del romántico hispanismo, o del atractivo exotismo de una historia más sospechada que conocida, ahora se trata de un formidable bien cultural y económico que en las primeras décadas del siglo XXI debe consolidar su posición como segunda lengua internacional. Las cartas están sobre la mesa, los instrumentos adecuados con las personas adecuadas en tal disposición. Lo que resulte será responsabilidad del conjunto de las sociedades españolas e iberoamericanas. Pero no se presentará una partida tan favorable, otra vez.

El petróleo invisible

El idioma es el “petróleo invisible”, el bien inconmensurable en el que se expresa la sociedad en español.

Cien años después de las palabras más arriba citadas de Alfonso Reyes, el español lo hablan cerca de 470 millones de personas como lengua materna (un 6,7 por ciento de la población mundial, porcentaje que destaca por encima del correspondiente al ruso, 2,2 por ciento; al francés, 1,1 por ciento y al alemán, 1,1 por ciento). Son más de 20 millones de alumnos los que estudian español como lengua extranjera. No es casualidad que sean Estados Unidos, Brasil y Francia las naciones que ocupen los primeros puestos en tan singular baremo. Sólo en Estados Unidos el número de universitarios (mayoritariamente de lengua inglesa) matriculados en cursos de español supera al número total de alumnos matriculados en cursos de otras lenguas, sean estas el chino, el francés, el alemán, el árabe o el italiano.

Hay que pensar que a principios del siglo XX, apenas alcanzaban los 60 millones de hablantes los que se expresaban en español. Hoy el grupo de usuarios potenciales del español en el mundo (si se integra a los nativos, a los de competencia limitada y a los que aprenden tal idioma) se aproxima a los 560 millones. Las cifras son relevantes. Ya recuerdan en Italia que “las matemáticas no son opinión”. Y los números son elocuentes. Esta es la realidad, la fotografía actual del idioma español. Sí, es el “petróleo invisible” del que dispone la sociedad iberoamericana hoy. Su gran industria. No sólo es una lengua de cultura (la lengua que creó la novela moderna), sino un extraordinario recurso económico.

¿Es consciente la sociedad española (política, financiera, comercial, mediática) de lo que tiene entre manos? La respuesta se verá en los próximos años. El español es la segunda lengua materna del mundo por número de hablantes, tras el chino (mandarín), y a esta fecha, no ha tocado techo, porque las más cautas previsiones estiman que en el cercano 2030 los hispanohablantes serán el 7,5 de la población mundial y Estados Unidos, con las previsiones más cautas, será en 2050 el primer país hispanohablante. Extraordinario. Pero no se trata sólo del valor cultural, es que compartir el español aumenta cerca de un 300 por ciento el comercio bilateral, sólo, entre los países hispanohablantes, no pensemos en cómo ese comercio se dispara, por ejemplo, con la relación de intercambio de bienes cuando entran en juego naciones como China y su relación comercial con Iberoamérica.

Y queda Internet, porque el español es la segunda lengua más visitada en Wikipedia, inmediatamente después del inglés. Una lengua crece cuando la información en ese idioma crece. El inglés y el español serán las lenguas del siglo XXI: Carlos Fuentes destacó cómo la expansión del español se debía a su carácter de lengua de “andariegos e inmigrantes”, una lengua de frontera, y una lengua americana que pulveriza las fronteras.

Sí, “el español es más moderno que el castellano”, como recordó Mauricio Wisenthal. Nueve de cada diez hablantes están al otro lado del Atlántico y apenas un 5 por ciento de los hablantes pronunciamos la “ce”. Tras el inglés es la segunda lengua internacional. Estados Unidos, Brasil, el Magreb y Extremo Oriente son claves en la consolidación de esa internacionalidad. Queda el sentido de administrar este extraordinario bien, este “petróleo invisible”, no ya como “Marca España”, sino como legado común con Iberoamérica, y cumplir, ejemplarmente, con las sabias palabras del mexicano Alfonso Reyes, por cierto, como hasta la fecha ha cumplido el Instituto Cervantes, creado ahora hace casi un cuarto de siglo.

Diez modestas proposiciones

La expansión deberá ser digital, no presencial. La agenda de creación de centros del Instituto Cervantes en el exterior ha cumplido su labor. Ahora se abre al futuro, y el futuro es lo digital: cursos, exámenes, certificaciones, formación de profesores, bibliotecas electrónicas…
Profundizar en ese gran hallazgo que es el SIELE (Servicio Internacional de Evaluación de la Lengua Española) con su certificación electrónica.
Ni dar un paso sin Iberoamérica. Alcanzar el máximo de acuerdos con entidades semejantes y con fines y objetivos comunes en esa expansión y consolidación como segunda lengua internacional.
Vital: autonomía del Instituto Cervantes en la gestión. Una entidad de este calibre y de estos objetivos no puede estar sometida al albur de los vaivenes políticos. Es necesario, como en el Museo del Prado, como en la Biblioteca Nacional, como en los Archivos Nacionales, un acuerdo de Estado, que permita a la entidad plantear un programa de actuación a medio y largo plazo.
Centrar la actuación en las áreas geográficas en las que el español tiene, hoy, su principal foco de atención: Estados Unidos, Brasil y Extremo Oriente (China, India, Japón y Corea del Sur).
Lograr, tanto en la enseñanza como en las diversas manifestaciones culturales, un consenso amplio, diverso y plural con el conjunto de lo que hoy compone la Sociedad Iberoamericana de Naciones.
Potenciar las industrias culturales, libro, música, cine, artes plásticas, medios de comunicación en aras a una labor conjunta de proyección y promoción.
Lo mismo que se ha logrado en las últimas décadas con la internacionalización de la economía española, alcanzar esa internacionalización en el ámbito de la cultura (que es el de la lengua), con la colaboración de las correspondientes industrias culturales iberoamericanas, de manera especial con México, Argentina y Perú.
Profesionalizar la acción cultural exterior. La gestión cultural, hoy compleja y especializada, debe estar en manos de quienes poseen un curriculum que les avala como tales, y no un mero nombramiento diplomático.
Avanzar hacia la creación de un canal de televisión –online, por satélite y demás- que contribuya a estar presente en cualquier lugar del mundo.

Fernando R. Lafuente es Doctor en Filología por la Universidad Complutense de Madrid, donde ha ejercido también como profesor. Ha ocupado los cargos de director del Instituto Cervantes, director general de Libro, Archivos y Bibliotecas y director de Cooperación Iberoamericana de Buenos Aires. Fue durante más diez años subdirector del suplemento ABC Cultural, del diario ABC. En la actualidad es secretario de redacción de Revista de Occidente, codirector del Máster en Cultura Contemporánea del Instituto Universitario de Investigación Ortega y Gasset y director del Centro de Español Soledad Ortega Spottorno de la Fundación Ortega-Marañón.

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