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La Ciencia en el siglo XXI: Un desafío trasnacional

Escrito por Eva Ortega-Paíno. Directora del BioBanco del Centro Nacional de Investigaciones Oncológicas.

La Ciencia, con mayúsculas, es una actividad global que no entiende de fronteras. Desde hace ya varios siglos, los científicos han dejado sus países de origen para embarcarse en la búsqueda de nuevos retos, descubrimientos y formas de vivir y sentir la ciencia. Desde Humboldt hasta nuestro premio Nobel, Severo Ochoa, o nuestra querida Margarita Salas, los científicos se han nutrido de conocimiento a través de viajes de ampliación de estudios -tal y como los denominó la Junta que pensionaba a los hombres y mujeres que hicieron ciencia en España en la que se conoce como nuestra Edad de Plata-.

Aquellos viajes, importaban la mejor herencia posible para el país de quienes los protagonizaban país: vanguardia científica e innovación como herramientas de desarrollo económico. De este modo, la movilidad trasnacional es, y siempre lo ha sido y lo será, una de las características claves de toda actividad científica e investigadora.

A su vez, estos activos humanos aterrizan en países con gran inversión científica constituyéndose en elementos de diversidad y enriqueciéndoles con su talento que será, del mismo modo, un factor clave de innovación y, por tanto, de desarrollo económico de los países receptores.

Estos caminos de ida y vuelta –tal y como los denominan J. P. Fusi y A. López Vega en una reciente monografía que analiza los intercambios científicos y culturales entre España y América en el siglo XX-, son carreteras de doble dirección: al igual que los países reciben talento, sus investigadores se marchan (brain drain) para desarrollarse profesionalmente en otros países, sabiendo que esta vía tiene un retorno a su regreso. Pero, ¿qué pasa cuando llega una crisis mundial y el brain drain, la pérdida de talento, se convierte en un éxodo, casi rozando el exilio, dando la espalda a la atracción de talento, tanto nacional como internacional, relegando estos flujos de conocimiento, innovación y desarrollo científico a un claro segundo o tercer plano?

Las consecuencias de esa pérdida de talento sin retorno, de esas redes que durante años se han generado en el exterior que quedan huérfanas en su natural ciclo debido a una salida masiva de científicos cualificados a otros países y que no retornan, devienen en la pérdida masiva de talento generacional. Casos como el de Argentina, México o la misma España, lo ponen de manifiesto. En estos y otros lugares han surgido en este contexto globalizado redes internacionales de expatriados que comparten una meta común: dar visibilidad a sus científicos y poner en valor la Ciencia hecha por sus mismos compatriotas allá donde quiera que la gravísima crisis que atravesamos, al menos, desde 2008, haya querido llevarlos.



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La Ciencia en el siglo XXI: Un desafío trasnacional

Escrito por Eva Ortega-Paíno. Directora del BioBanco del Centro Nacional de Investigaciones Oncológicas.

La Ciencia, con mayúsculas, es una actividad global que no entiende de fronteras. Desde hace ya varios siglos, los científicos han dejado sus países de origen para embarcarse en la búsqueda de nuevos retos, descubrimientos y formas de vivir y sentir la ciencia. Desde Humboldt hasta nuestro premio Nobel, Severo Ochoa, o nuestra querida Margarita Salas, los científicos se han nutrido de conocimiento a través de viajes de ampliación de estudios -tal y como los denominó la Junta que pensionaba a los hombres y mujeres que hicieron ciencia en España en la que se conoce como nuestra Edad de Plata-.

Aquellos viajes, importaban la mejor herencia posible para el país de quienes los protagonizaban país: vanguardia científica e innovación como herramientas de desarrollo económico. De este modo, la movilidad trasnacional es, y siempre lo ha sido y lo será, una de las características claves de toda actividad científica e investigadora.

A su vez, estos activos humanos aterrizan en países con gran inversión científica constituyéndose en elementos de diversidad y enriqueciéndoles con su talento que será, del mismo modo, un factor clave de innovación y, por tanto, de desarrollo económico de los países receptores.

Estos caminos de ida y vuelta –tal y como los denominan J. P. Fusi y A. López Vega en una reciente monografía que analiza los intercambios científicos y culturales entre España y América en el siglo XX-, son carreteras de doble dirección: al igual que los países reciben talento, sus investigadores se marchan (brain drain) para desarrollarse profesionalmente en otros países, sabiendo que esta vía tiene un retorno a su regreso. Pero, ¿qué pasa cuando llega una crisis mundial y el brain drain, la pérdida de talento, se convierte en un éxodo, casi rozando el exilio, dando la espalda a la atracción de talento, tanto nacional como internacional, relegando estos flujos de conocimiento, innovación y desarrollo científico a un claro segundo o tercer plano?

Las consecuencias de esa pérdida de talento sin retorno, de esas redes que durante años se han generado en el exterior que quedan huérfanas en su natural ciclo debido a una salida masiva de científicos cualificados a otros países y que no retornan, devienen en la pérdida masiva de talento generacional. Casos como el de Argentina, México o la misma España, lo ponen de manifiesto. En estos y otros lugares han surgido en este contexto globalizado redes internacionales de expatriados que comparten una meta común: dar visibilidad a sus científicos y poner en valor la Ciencia hecha por sus mismos compatriotas allá donde quiera que la gravísima crisis que atravesamos, al menos, desde 2008, haya querido llevarlos.



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