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Humanización en la era digital, por Jesús Briones

 La denominada “transformación digital” se entiende como un nuevo paradigma económico-social, en el que el principal acti­vo ya no es tanto el hombre, la máquina, las instalaciones, los medios, sino el saber, el saber hacer, el aprender y el saber pre­servar, compartir y hacer evolucionar el conocimiento mismo, tanto como medio para sustentar los negocios como aquello que constituye el propio objeto de dichos negocios.

Todos estos valores nos resultan evidentes, y la evolución producida para cada uno de ellos, completamente innegable. Otra cuestión es reflexionar sobre los verdaderos impactos y sobre lo cuantitativo y cualitativo de dichas mejoras, en comparación con las que el ser humano ha conseguido en otras épocas, incluida la revolución que supuso la invención del microprocesador en el siglo pasado.

En cualquier caso, no debemos olvidar que estamos hablando de herramientas, creadas por y para personas, que son las que en última instancia ponen la intención en el uso de las mismas, y es de dicha intención de la que se derivan sus fortalezas y debilida­des, las oportunidades y amenazas, sus ventajas e inconvenientes.

Dentro de nuestra sociedad, los ejemplos de uso son múltiples y variados. No existe un ámbito concreto en el que la transformación digital  pueda destacar, sino que su creciente influencia ha abarcado prácticamente todos los aspectos de la vida: desde el comercio electrónico hasta la forma de trabajar, pasando por el activismo online o la manera de generar conocimiento y, por otro lado, no hay colectivo que ni por, origen económico geográfico y social, edad, género, ni por alguna otra circunstancia personal, quede exento de su impacto.

Por lo tanto, como decía antes, nos encontramos ante una realidad innegable que no podemos cuestionar y que, a pesar de ciertas críticas y neoludismos, cada vez más frecuentes, debemos asumir. Dicho lo anterior, sí parece razonable que nos hagamos preguntas a propósito de dónde nos encontramos. Por ejemplo ¿dónde acaba la innovación y comienza el snobismo? ¿Alguien duda sobre el papel que la publicidad, las grandes corporaciones y consultoras han ejercido sobre el individuo para que este desee permanentemente “estar a la última”? ¿O es que acaso no hemos oído aquello de hay que subirse al tren de las nuevas tecnologías?

La tecnología es uno de los mayores exponentes de este esnobis­mo. Ya no se trata tan solo de solucionar, mejorar o evolucionar los métodos, sino de convertirlos en algo tan aparente que se convierte en una admiración, un anhelo, un orgullo o un hartazgo, según en qué parte de la brecha digital te encuentres. Parece que hubiéramos asu­mido el mito de que el avance tecnológico es inexorable y “ay de aquel que no se embarque con él”. Pero ¿qué hay de cierto en todo esto?

Necesitamos algo de sosiego y de sentido común. Poner los pies en el suelo y ver realmente qué está pasando, qué estamos viviendo y atisbar qué está por venir. Conviene, por tanto, ser muy cautos con las afirmaciones grandilocuentes a las que estamos acostumbrados y parece razonable identificar si estamos viviendo una verdadera transformación en los sistemas de producción, distribución, comunicación y consumo, así como cambios profundos en la sociedad y en la economía. Vivimos en plena revolución científico – tecnológica con un cambio de paradigma sin precedentes cuando, tal vez, debamos plantearnos si en realidad  estamos viviendo una reescritura o  evolución de los cambios que se produjeron en los años setenta con la incorporación de la tecnología informática a los procesos productivos.

Resulta evidente que la evolución de las herramientas de tra­bajo y comunicación traen consigo numerosas ventajas en térmi­nos de relación y productividad, pero en función de cómo se entiendan o cómo se utilicen pueden acarrear efectos colaterales nada beneficiosos.

Cuando vemos a un profesional corrompiendo el buen plan­teamiento de su agenda y confundiendo lo urgente con lo impor­tante a causa de los mensajes recibidos por diversos canales o dedicando más tiempo a reportar por esos mismos canales que a trabajar efectivamente, o bien vemos a dos amigos adolescentes que llevan toda la tarde sentados en un banco, sin moverse y sin cruzar palabra ni siquiera entre ellos, absortos en sus terminales móviles… Entendemos que algo no está bien aquí; de algún enga­ño hemos sido víctimas, sin duda.

En mayor o menor medida la tecnología nos afecta prácticamente en todos los ámbitos de nuestra vida y, si nos centramos en la esfera profesional, este es precisamente uno de los terrenos donde más cambios tecnológicos se perciben.

Lo que queda patente y no podemos negar es que los avances en tecnología impregnan cada día nuestras vidas. Las estadísticas y análisis a propósito de la utilización de todos estos medios son muy obvias; pero también se ha evidenciado que no se transforman los mercados, la sociedad ni la economía exclu­sivamente con tecnologías. Lo que realmente transforma es un cambio de modelo de negocio, un cambio de modelo de sociedad y un cambio de modelo económico. La tecnología, por sí sola, no transforma nada.

Nuestra vida transcurre en medio de una vorágine informati­va que solamente se va a seguir agravando, ya que para manejar la complejidad del mundo cambiante recibimos toneladas de datos, de información y nos creamos la necesidad de participar perma­nentemente en redes sociales como algo imprescindible. Recibimos mucha más información de la que solicitamos, de la que necesita­mos y de la que somos capaces de asimilar. Este hecho nos produ­ce un sentimiento de culpabilidad porque no podemos estar al día, leer y saber todo lo que desearíamos. No podemos gestionar todo lo que parece que debemos gestionar, con la velocidad e inmediatez que se nos requiere.

La enorme dispersión, la falta de concen­tración y, sobre todo, concreción puede estar minando la calidad y la fuerza del pensamiento y la efectividad de nuestras propias acciones. En una economía globalizada donde lo único cierto es la incertidumbre, la única fuente segura para conseguir una ventaja competitiva duradera es el conocimiento.

Porque quizás, por primera vez en la historia, la humanidad ha sido capaz de crear mucha más información de la que nadie puede absorber,  fomentar más interdependencia de la que nadie puede gestionar y acelerar los cambios a un ritmo que difícilmente podemos seguir.

La cuestión, pues, no es negar las mejoras, sino contex­tualizarlas y evaluarlas para etiquetarlas correctamente según sus impactos efectivos y sin interesados sensacionalismos. Las preguntas que debemos hacernos ya no van solo en la línea de si las tecnologías destruyen o crean más empleo (hemos vivido otras revoluciones tecnológicas que han demostrado que lo crean); lo que realmente debemos preguntarnos es qué tipo de sociedad queremos para el futuro y qué lugar debe ocupar la tec­nología en ella.  La tecnología no es, por tanto, el mayor reto. El reto son las personas y el cambio de comportamientos que pueda alcanzarse.

Si nos encontramos en el final de una etapa de transición donde dejamos de estar en la revolución tecnológica de finales de la década de los 70 del siglo pasado y estamos entrando en una nueva fase, más veloz, con cambios tecnológicos muy acelerados que se nos presentan como neutrales, convendría que nos planteásemos si los valores y principios éticos que llevan por detrás todos estos cambios, que afectan claramente a nuestros modelos de sociedad y de cómo nos organizamos, son o han sido decididos por nosotros.

Jesús Briones ha desarrollado su carrera profesional en el Grupo CEPSA siendo actualmente  Human Resources Business Partner de las unidades corporativas funcionales así como de los negocios de Trading y Búnker.

Es  ponente habitual en temas relacionados con el liderazgo, el desarrollo de personas, la formación y la aplicación de las competencias digitales derivadas de la nueva economía en los ámbitos empre­sariales. Es también profesor colaborador de desarrollo directivo en diversos máste­res y universidades. Miembro del claustro del Senior Managment Program in Digital Talent del ICEDM – ESIC.

Es egresado del Instituto Universitario de Investigación Ortega y Gasset, donde realizó el Doctorado en problemas contemporáneos de la sociedad de la información, que otorga la Universidad Complutense de Madrid. Estudió la Licenciatura en Filosofía y en Ciencias del Trabajo. Jesús es además, MBA e-business por la EOI.  Autor del libro Promesas y realidades de la “revolución tecnológica”, publicado por en la editorial Catarata 2016.

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Humanización en la era digital, por Jesús Briones

 La denominada “transformación digital” se entiende como un nuevo paradigma económico-social, en el que el principal acti­vo ya no es tanto el hombre, la máquina, las instalaciones, los medios, sino el saber, el saber hacer, el aprender y el saber pre­servar, compartir y hacer evolucionar el conocimiento mismo, tanto como medio para sustentar los negocios como aquello que constituye el propio objeto de dichos negocios.

Todos estos valores nos resultan evidentes, y la evolución producida para cada uno de ellos, completamente innegable. Otra cuestión es reflexionar sobre los verdaderos impactos y sobre lo cuantitativo y cualitativo de dichas mejoras, en comparación con las que el ser humano ha conseguido en otras épocas, incluida la revolución que supuso la invención del microprocesador en el siglo pasado.

En cualquier caso, no debemos olvidar que estamos hablando de herramientas, creadas por y para personas, que son las que en última instancia ponen la intención en el uso de las mismas, y es de dicha intención de la que se derivan sus fortalezas y debilida­des, las oportunidades y amenazas, sus ventajas e inconvenientes.

Dentro de nuestra sociedad, los ejemplos de uso son múltiples y variados. No existe un ámbito concreto en el que la transformación digital  pueda destacar, sino que su creciente influencia ha abarcado prácticamente todos los aspectos de la vida: desde el comercio electrónico hasta la forma de trabajar, pasando por el activismo online o la manera de generar conocimiento y, por otro lado, no hay colectivo que ni por, origen económico geográfico y social, edad, género, ni por alguna otra circunstancia personal, quede exento de su impacto.

Por lo tanto, como decía antes, nos encontramos ante una realidad innegable que no podemos cuestionar y que, a pesar de ciertas críticas y neoludismos, cada vez más frecuentes, debemos asumir. Dicho lo anterior, sí parece razonable que nos hagamos preguntas a propósito de dónde nos encontramos. Por ejemplo ¿dónde acaba la innovación y comienza el snobismo? ¿Alguien duda sobre el papel que la publicidad, las grandes corporaciones y consultoras han ejercido sobre el individuo para que este desee permanentemente “estar a la última”? ¿O es que acaso no hemos oído aquello de hay que subirse al tren de las nuevas tecnologías?

La tecnología es uno de los mayores exponentes de este esnobis­mo. Ya no se trata tan solo de solucionar, mejorar o evolucionar los métodos, sino de convertirlos en algo tan aparente que se convierte en una admiración, un anhelo, un orgullo o un hartazgo, según en qué parte de la brecha digital te encuentres. Parece que hubiéramos asu­mido el mito de que el avance tecnológico es inexorable y “ay de aquel que no se embarque con él”. Pero ¿qué hay de cierto en todo esto?

Necesitamos algo de sosiego y de sentido común. Poner los pies en el suelo y ver realmente qué está pasando, qué estamos viviendo y atisbar qué está por venir. Conviene, por tanto, ser muy cautos con las afirmaciones grandilocuentes a las que estamos acostumbrados y parece razonable identificar si estamos viviendo una verdadera transformación en los sistemas de producción, distribución, comunicación y consumo, así como cambios profundos en la sociedad y en la economía. Vivimos en plena revolución científico – tecnológica con un cambio de paradigma sin precedentes cuando, tal vez, debamos plantearnos si en realidad  estamos viviendo una reescritura o  evolución de los cambios que se produjeron en los años setenta con la incorporación de la tecnología informática a los procesos productivos.

Resulta evidente que la evolución de las herramientas de tra­bajo y comunicación traen consigo numerosas ventajas en térmi­nos de relación y productividad, pero en función de cómo se entiendan o cómo se utilicen pueden acarrear efectos colaterales nada beneficiosos.

Cuando vemos a un profesional corrompiendo el buen plan­teamiento de su agenda y confundiendo lo urgente con lo impor­tante a causa de los mensajes recibidos por diversos canales o dedicando más tiempo a reportar por esos mismos canales que a trabajar efectivamente, o bien vemos a dos amigos adolescentes que llevan toda la tarde sentados en un banco, sin moverse y sin cruzar palabra ni siquiera entre ellos, absortos en sus terminales móviles… Entendemos que algo no está bien aquí; de algún enga­ño hemos sido víctimas, sin duda.

En mayor o menor medida la tecnología nos afecta prácticamente en todos los ámbitos de nuestra vida y, si nos centramos en la esfera profesional, este es precisamente uno de los terrenos donde más cambios tecnológicos se perciben.

Lo que queda patente y no podemos negar es que los avances en tecnología impregnan cada día nuestras vidas. Las estadísticas y análisis a propósito de la utilización de todos estos medios son muy obvias; pero también se ha evidenciado que no se transforman los mercados, la sociedad ni la economía exclu­sivamente con tecnologías. Lo que realmente transforma es un cambio de modelo de negocio, un cambio de modelo de sociedad y un cambio de modelo económico. La tecnología, por sí sola, no transforma nada.

Nuestra vida transcurre en medio de una vorágine informati­va que solamente se va a seguir agravando, ya que para manejar la complejidad del mundo cambiante recibimos toneladas de datos, de información y nos creamos la necesidad de participar perma­nentemente en redes sociales como algo imprescindible. Recibimos mucha más información de la que solicitamos, de la que necesita­mos y de la que somos capaces de asimilar. Este hecho nos produ­ce un sentimiento de culpabilidad porque no podemos estar al día, leer y saber todo lo que desearíamos. No podemos gestionar todo lo que parece que debemos gestionar, con la velocidad e inmediatez que se nos requiere.

La enorme dispersión, la falta de concen­tración y, sobre todo, concreción puede estar minando la calidad y la fuerza del pensamiento y la efectividad de nuestras propias acciones. En una economía globalizada donde lo único cierto es la incertidumbre, la única fuente segura para conseguir una ventaja competitiva duradera es el conocimiento.

Porque quizás, por primera vez en la historia, la humanidad ha sido capaz de crear mucha más información de la que nadie puede absorber,  fomentar más interdependencia de la que nadie puede gestionar y acelerar los cambios a un ritmo que difícilmente podemos seguir.

La cuestión, pues, no es negar las mejoras, sino contex­tualizarlas y evaluarlas para etiquetarlas correctamente según sus impactos efectivos y sin interesados sensacionalismos. Las preguntas que debemos hacernos ya no van solo en la línea de si las tecnologías destruyen o crean más empleo (hemos vivido otras revoluciones tecnológicas que han demostrado que lo crean); lo que realmente debemos preguntarnos es qué tipo de sociedad queremos para el futuro y qué lugar debe ocupar la tec­nología en ella.  La tecnología no es, por tanto, el mayor reto. El reto son las personas y el cambio de comportamientos que pueda alcanzarse.

Si nos encontramos en el final de una etapa de transición donde dejamos de estar en la revolución tecnológica de finales de la década de los 70 del siglo pasado y estamos entrando en una nueva fase, más veloz, con cambios tecnológicos muy acelerados que se nos presentan como neutrales, convendría que nos planteásemos si los valores y principios éticos que llevan por detrás todos estos cambios, que afectan claramente a nuestros modelos de sociedad y de cómo nos organizamos, son o han sido decididos por nosotros.

Jesús Briones ha desarrollado su carrera profesional en el Grupo CEPSA siendo actualmente  Human Resources Business Partner de las unidades corporativas funcionales así como de los negocios de Trading y Búnker.

Es  ponente habitual en temas relacionados con el liderazgo, el desarrollo de personas, la formación y la aplicación de las competencias digitales derivadas de la nueva economía en los ámbitos empre­sariales. Es también profesor colaborador de desarrollo directivo en diversos máste­res y universidades. Miembro del claustro del Senior Managment Program in Digital Talent del ICEDM – ESIC.

Es egresado del Instituto Universitario de Investigación Ortega y Gasset, donde realizó el Doctorado en problemas contemporáneos de la sociedad de la información, que otorga la Universidad Complutense de Madrid. Estudió la Licenciatura en Filosofía y en Ciencias del Trabajo. Jesús es además, MBA e-business por la EOI.  Autor del libro Promesas y realidades de la “revolución tecnológica”, publicado por en la editorial Catarata 2016.

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