El incendio de la Biblioteca de Alejandría
AUTOR.- Alfonso Gotor Rivera
Cargo.-Estudiante Facultad de Medicina de la UCM. Hospital Universitario 12 de Octubre
La escritura fue criticada abiertamente cuando se desarrolló por primera vez, algunos pensadores griegos consideraban que se produciría una atrofia de la memoria como consecuencia de redactar las historias que siempre habían seguido una tradición oral. Sin embargo, el paso de los años ha demostrado que en esto se equivocaron, puesto que un medio tan frágil como el papel (u otro material) ha sido capaz de transmitir a través periodos temporales muy dilatados, de forma clara y no adulterada, razonamientos, obras literarias y conocimientos científicos de las generaciones previas. De tal modo, que, si la rueda es popularmente señalada como la invención más importante para el desarrollo técnico de nuestra especie, yo tendría que señalar a la escritura y, más específicamente a la literatura, como la herramienta que ha permitido el cultivo de la conciencia humana.
La filosofía y cultura grecorromana constituyen la base de lo que hoy se llama “Occidente”. En relación con esta base, la caída de Constantinopla puso en riesgo toda esta herencia que nos enriquece, porque supuso el fin de cualquier lazo que todavía se podía reivindicar con la época Clásica. No obstante, su impacto no fue mayor y todavía podemos disfrutar de la sabiduría griega y de las leyes romanas gracias a una invención que apenas precede en unos años a este hecho, la imprenta.
Los libros enriquecen la vida de cualquiera que les regala algo de tiempo, pero si algo les debemos más claramente a estas obras ha sido su capacidad de preservación del conocimiento clásico; casi se podría decir que de nuestra alma común. Sólo gracias a unos pobres exiliados que decidieron huir de una metrópolis asediada cargados de libros, y a la capacidad de reproducir esos libros de forma más rápida, se pudo llevar a cabo prácticamente la única resurrección de una cultura en nuestra historia (no por nada se habla del Renacimiento).
Con toda la importancia de la cultura y de sus libros como vectores de su transmisión, me sorprendió un artículo de periódico recientemente publicado que hablaba de un fenómeno nuevo que nunca antes había conocido, los conocidos como “lectores de sensibilidad”.
El saber es la llave al pensamiento, controlarlo da la capacidad de manipular una sociedad. George Orwell lo refleja con gran maestría en su novela 1984, donde el control del pasado y de todas las publicaciones por parte del Ministerio de la Verdad, permite manipular las creencias populares hasta el punto de alterar completamente la historia y hacerla completamente irreconocible. Por desgracia, este interés de control no se reduce exclusivamente a la ficción, existiendo múltiples ejemplos a lo largo de la historia de acciones censoras. De forma más extrema, podemos citar la condena de múltiples libros de autores judíos durante el nazismo o la quema de obras de autores paganos durante los primeros tiempos del cristianismo.
Estos ejemplos se basan en la decisión de un grupo de individuos de imponer su versión sobre determinados hechos o en destruir una obra porque no pueden aceptar que exista nada bello o digno de admiración en aquel que piensa diferente.
A aquellos que no estén familiarizados con los “lectores de sensibilidad”, lo mejor que puedo decir para resumir su labor es que tienen la misma intención de imponer sus creencias a la mayoría de la sociedad. En definitiva, se trata de una figura fruto del más arcaizante puritanismo anglosajón, que es contratada por las editoriales para que revise los manuscritos de nuevas obras a publicar y, casi más grave, de obras clásicas de la literatura; con el objetivo de “ajustar” su lenguaje y sus expresiones a la nueva “sensibilidad” actual, supuestamente más justa e igualitaria.
Ante las críticas que reciben estos “lectores”, muchos se han defendido aduciendo a que en la actualidad la ideología que se está imponiendo es la verdadera, la mejor y que supera en todo a las viejas formas de pensamiento. Sin quererles señalar que toda ideología (fascismo, nazismo, comunismo, maoísmo…) ha defendido siempre su superioridad moral sobre las precedentes (no conozco ninguna ideología que se haya impuesto al sistema previo admitiendo abiertamente sus defectos e inferioridad frente a lo que viene a sustituir), me gustaría centrarme en el derecho que se otorgan de decidir por los demás lo que es correcto o no.
Una obra literaria pertenece, en primer lugar, a su autor. Por ello, reivindico como extremadamente grave que se estén modificando palabras de las obras de Roald Dahl o de otros autores fallecidos, puesto que ahora mismo sus libros están huérfanos y, por mucho que en vida sus autores luchasen contra toda forma de influencia externa, se encuentran expuestos al ataque de las hordas del fanatismo. Quizás debería ser obligación de los LECTORES el luchar porque se preserven íntegras para generaciones futuras, con sus defectos y virtudes.
En segundo lugar, la obra de arte pertenece a la Humanidad en su conjunto, en cuanto que contribuye a la creación de un poso cultural que permite al primate puramente biológico desarrollar su logos interno y elevar su alma. En la actualidad, dominada como está por el mercantilismo feroz, es quizás más importante el defender a estas obras que todavía nos mantienen humanos.
Cuando hablo de Humanidad, me refiero a la sociedad en la que se creó está obra y a todas las generaciones futuras. Estos falsos lectores, inquisidores disfrazados y doctos de la hoguera, no sólo destruyen la obra para desgracia de sus coetáneos y sus hijos, sino que aspiran a alterarla para el todo el futuro, sin dejar marca en ningún registro de la obra original y de su arrogancia correctora. Esta actitud sólo puede ser percibida como de prepotencia, infantilizando al resto de seres humanos, a los que considera incapaces de realizar un juicio de valor de un supuesto defecto. Mejor eliminar ese “defecto” evitando la tentación de que alguien “se equivoque”. No sé si tanto miedo tienen de que otras personas caigan en el abismo del error, o si realmente temen que el resto se den cuenta de la estupidez e hipermetropía del pensamiento de estos guías autoproclamados y nunca solicitados de nuestra educación.
El oscurantismo de la Edad Media se pudo liberar gracias a la luz del saber que se preservó y mimó en los monasterios, permitiendo que luego volviese a florecer el regalo de nuestros antepasados, del que todavía disfrutamos directa o indirectamente. En nuestro mundo ya casi no existen monasterios, por lo que cada uno debe hacerse responsable de luchar por defender esa llama de la cultura de las nuevas invasiones bárbaras. Esperaban los que nos precedieron que defendiéramos su legado íntegro, y les debemos a los que nos seguirán el cederles las mismas fuentes y obras que nos han permitido formarnos y llegar a donde estamos. Siempre es más fácil destruir lo ya hecho, pero sólo podremos construir sobre unos cimientos ya establecidos.
El incendio de la Biblioteca de Alejandría
AUTOR.- Alfonso Gotor Rivera
Cargo.-Estudiante Facultad de Medicina de la UCM. Hospital Universitario 12 de Octubre
La escritura fue criticada abiertamente cuando se desarrolló por primera vez, algunos pensadores griegos consideraban que se produciría una atrofia de la memoria como consecuencia de redactar las historias que siempre habían seguido una tradición oral. Sin embargo, el paso de los años ha demostrado que en esto se equivocaron, puesto que un medio tan frágil como el papel (u otro material) ha sido capaz de transmitir a través periodos temporales muy dilatados, de forma clara y no adulterada, razonamientos, obras literarias y conocimientos científicos de las generaciones previas. De tal modo, que, si la rueda es popularmente señalada como la invención más importante para el desarrollo técnico de nuestra especie, yo tendría que señalar a la escritura y, más específicamente a la literatura, como la herramienta que ha permitido el cultivo de la conciencia humana.
La filosofía y cultura grecorromana constituyen la base de lo que hoy se llama “Occidente”. En relación con esta base, la caída de Constantinopla puso en riesgo toda esta herencia que nos enriquece, porque supuso el fin de cualquier lazo que todavía se podía reivindicar con la época Clásica. No obstante, su impacto no fue mayor y todavía podemos disfrutar de la sabiduría griega y de las leyes romanas gracias a una invención que apenas precede en unos años a este hecho, la imprenta.
Los libros enriquecen la vida de cualquiera que les regala algo de tiempo, pero si algo les debemos más claramente a estas obras ha sido su capacidad de preservación del conocimiento clásico; casi se podría decir que de nuestra alma común. Sólo gracias a unos pobres exiliados que decidieron huir de una metrópolis asediada cargados de libros, y a la capacidad de reproducir esos libros de forma más rápida, se pudo llevar a cabo prácticamente la única resurrección de una cultura en nuestra historia (no por nada se habla del Renacimiento).
Con toda la importancia de la cultura y de sus libros como vectores de su transmisión, me sorprendió un artículo de periódico recientemente publicado que hablaba de un fenómeno nuevo que nunca antes había conocido, los conocidos como “lectores de sensibilidad”.
El saber es la llave al pensamiento, controlarlo da la capacidad de manipular una sociedad. George Orwell lo refleja con gran maestría en su novela 1984, donde el control del pasado y de todas las publicaciones por parte del Ministerio de la Verdad, permite manipular las creencias populares hasta el punto de alterar completamente la historia y hacerla completamente irreconocible. Por desgracia, este interés de control no se reduce exclusivamente a la ficción, existiendo múltiples ejemplos a lo largo de la historia de acciones censoras. De forma más extrema, podemos citar la condena de múltiples libros de autores judíos durante el nazismo o la quema de obras de autores paganos durante los primeros tiempos del cristianismo.
Estos ejemplos se basan en la decisión de un grupo de individuos de imponer su versión sobre determinados hechos o en destruir una obra porque no pueden aceptar que exista nada bello o digno de admiración en aquel que piensa diferente.
A aquellos que no estén familiarizados con los “lectores de sensibilidad”, lo mejor que puedo decir para resumir su labor es que tienen la misma intención de imponer sus creencias a la mayoría de la sociedad. En definitiva, se trata de una figura fruto del más arcaizante puritanismo anglosajón, que es contratada por las editoriales para que revise los manuscritos de nuevas obras a publicar y, casi más grave, de obras clásicas de la literatura; con el objetivo de “ajustar” su lenguaje y sus expresiones a la nueva “sensibilidad” actual, supuestamente más justa e igualitaria.
Ante las críticas que reciben estos “lectores”, muchos se han defendido aduciendo a que en la actualidad la ideología que se está imponiendo es la verdadera, la mejor y que supera en todo a las viejas formas de pensamiento. Sin quererles señalar que toda ideología (fascismo, nazismo, comunismo, maoísmo…) ha defendido siempre su superioridad moral sobre las precedentes (no conozco ninguna ideología que se haya impuesto al sistema previo admitiendo abiertamente sus defectos e inferioridad frente a lo que viene a sustituir), me gustaría centrarme en el derecho que se otorgan de decidir por los demás lo que es correcto o no.
Una obra literaria pertenece, en primer lugar, a su autor. Por ello, reivindico como extremadamente grave que se estén modificando palabras de las obras de Roald Dahl o de otros autores fallecidos, puesto que ahora mismo sus libros están huérfanos y, por mucho que en vida sus autores luchasen contra toda forma de influencia externa, se encuentran expuestos al ataque de las hordas del fanatismo. Quizás debería ser obligación de los LECTORES el luchar porque se preserven íntegras para generaciones futuras, con sus defectos y virtudes.
En segundo lugar, la obra de arte pertenece a la Humanidad en su conjunto, en cuanto que contribuye a la creación de un poso cultural que permite al primate puramente biológico desarrollar su logos interno y elevar su alma. En la actualidad, dominada como está por el mercantilismo feroz, es quizás más importante el defender a estas obras que todavía nos mantienen humanos.
Cuando hablo de Humanidad, me refiero a la sociedad en la que se creó está obra y a todas las generaciones futuras. Estos falsos lectores, inquisidores disfrazados y doctos de la hoguera, no sólo destruyen la obra para desgracia de sus coetáneos y sus hijos, sino que aspiran a alterarla para el todo el futuro, sin dejar marca en ningún registro de la obra original y de su arrogancia correctora. Esta actitud sólo puede ser percibida como de prepotencia, infantilizando al resto de seres humanos, a los que considera incapaces de realizar un juicio de valor de un supuesto defecto. Mejor eliminar ese “defecto” evitando la tentación de que alguien “se equivoque”. No sé si tanto miedo tienen de que otras personas caigan en el abismo del error, o si realmente temen que el resto se den cuenta de la estupidez e hipermetropía del pensamiento de estos guías autoproclamados y nunca solicitados de nuestra educación.
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