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Ciberespacio: el dominio del desarrollo humano

 El dominio del Ciberespacio, tal como se establece en la Estrategia de Seguridad Nacional de 2017, se configura como transversal a todas las amenazas que se glosan en este documento estratégico.

No puede ser de otra manera: el dominio del Ciberespacio se configura como una dimensionalidad añadida a las que han modelado nuestra experiencia vital como seres humanos. Las 4 dimensiones espacio-temporales que han servido para configurar toda nuestra cultura y nuestro desarrollo como especie se han visto ampliadas, por efecto de la tecnología, con una nueva dimensión específica: la del Ciberespacio, cuyas especiales características conectan de manera muy deficiente con las capacidades que desarrollamos como especie.

Nuestro cerebro se caracteriza por disponer de una capacidad única de computación paralela. Nuestros sentidos captan y nuestro sistema nervioso comunica a nuestro cerebro miles de unidades de información cada segundo y éste las procesa con el fin, fundamentalmente, de asegurar nuestra supervivencia como individuos. La otra característica de nuestro sistema de computación biológico es que lo hacemos a una relativamente baja velocidad, estimada en unos 50Hz. Esta es suficiente para los requerimientos de supervivencia en la Sabana o, incluso, en un complejo entorno urbano, a pesar de que, todos somos testigos, a veces, en ese tipo de entornos complejos, nuestra capacidad de cómputo falla por recibir excesivas unidades de información, no pudiendo éstas ser computadas correctamente por nuestro cerebro.

El dominio del ciberespacio se desarrolla de forma completamente diferente. Su tecnología subyacente se caracteriza por dos elementos que nos son completamente extraños como especie:

En primer lugar, la ausencia de una dimensión espacial. Esta ausencia se proyecta sobre algo que es fundamental para entender la disrupción que supone este dominio sobre toda nuestra experiencia como especie dado que, como gran parte de los mamíferos, somos territoriales.

La dimensión espacial se encuentra grabada sobre nuestro ADN. No entendemos, tal y como expresa Parménides, el concepto de “no ser”. El Ciberespacio, de alguna forma, es “no ser” por su intangibilidad estructural. Algo que escapa a nuestro entendimiento profundo.

En segundo lugar y tan importante como lo antedicho, podemos señalar que el Ciberespacio se caracteriza por su velocidad. Por su dinamicidad. Los procesos de comunicación se desarrollan a velocidad de la luz y los de cómputo, cada vez más rápidos, a velocidades de THz/s, algo inalcanzable para nuestros pobres procesos electroquímicos de transferencia de información.

Afortunadamente, al menos de momento, aunque ya se empieza a intuir la posibilidad futura y nada remota de que se vaya a producir un cambio disruptivo, aún conservamos ventaja en lo que a la capacidad de cómputo multiproceso paralelo frente a las Inteligencias Artificiales que apuntan a, en un futuro cercano, sobrepasarnos también en ese terreno.

Esta segunda característica influye de forma fundamental en nuestras sociedades tecnológicas. ¿El motivo? La hibridación de estas mismas sociedades. Provenimos de un mundo completamente analógico que, en pocas décadas, está transformándose en un mundo mayoritariamente digital. Son las estructuras analógicas las que están sufriendo un proceso de obsolescencia imposible de detener dada la hiper-dependencia tecnológica de nuestras, cada vez, más complejas sociedades.

No, no es posible dejar de depender de la tecnología. Y no estamos hablando de dejar de usar el teléfono móvil o el ordenador para “desintoxicarnos”. Se trata de que recibimos agua corriente en nuestras viviendas gracias a la tecnología. Y energía. Y alimentos, en virtud de una cadena logística perfectamente engrasada, gracias a complejos procesos de toma de decisión, a menudo apoyados por algoritmos de Inteligencia Artificial.

Vivimos no sólo con calidad de vida, sino que, simplemente, vivimos, gracias a la tecnología subyacente a todas nuestras actividades como sociedad. Cuanto antes lo comprendamos, cuanto antes lo interioricemos, más rápida será nuestra adaptación al hecho de que ya somos, en un alto tanto por ciento de nuestra existencia, seres digitales.

Exploramos una dimensionalidad vital que modifica todo lo que hasta ahora hemos conocido como especie y este proceso de exploración, como siempre ha ocurrido a lo largo de la historia del ser humano, genera riesgos y amenazas.

Tanto para los exploradores como para el ecosistema explorado. Las particularidades de este nuevo territorio determinan que las consecuencias de los errores de exploración se trasladen, de forma rápida y, a menudo, siguiendo patrones que podríamos denominar víricos, a todo el cuerpo social que configuramos esta gran Red de comunicación y conocimiento.

La génesis de la Red, orientada hacia la resiliencia y no hacia la seguridad, induce un, cada vez lo vemos más claramente, modelo de riesgo y de impacto difícilmente asumibles por lo que consideramos, desde nuestras democracias formales, como sistema deseable de compensación de poderes y de modelos de toma de decisión orientados a lo que, al menos en Occidente, hemos definido como bien común.

La propia dinámica de generación rápida de beneficios, la enorme dinamicidad en la creación y desaparición de las denominadas redarquías, el dominio de centros vitales de toma de decisión por parte de actores no estatales, entre otras razones, configuran una nueva situación que, a nuestro juicio, tiene su génesis en esta característica fundacional de la Red: La inexistencia de una IDENTIDAD DIGITAL, problema que abordaremos en profundidad, en otro momento.

En la Red, todo es indiciario porque nunca se pensó que la identidad fuese una característica necesaria; ni tan siquiera deseable, por parte de ninguno de los actores que han contribuido a su desarrollo. La Identidad sólo es deseable cuando se quiere controlar a algo o a alguien.

Y, ¡es cierto!, estos años de desarrollo del Ciberespacio han servido para muchas cosas buenas: Se ha diseminado conocimiento, configurándose, al tiempo, importantes polos de generación de lo que podríamos denominar Inteligencia Colectiva.

Además de lo antedicho, la cooperación, la transparencia, la posibilidad de trasladar información al entorno, sin los filtros que constreñían esta necesaria capacidad, así como el advenimiento de una era de oportunidades para quienes, en un modelo clásico, jamás hubiesen atisbado la posibilidad de acceder a las mismas, configuran los supuestos beneficios de este territorio inexplorado que es el Ciberespacio.

En definitiva, el radical cambio de modelo productivo que está aconteciendo, con la progresiva desaparición de las cadenas de intermediación y la posibilidad de “tokenizar” bienes y servicios en un mercado global, puede definirse como uno de esos pocos momentos disruptivos de la historia de los que tenemos la fortuna de formar parte, como especie, en este caso, no sólo como testigos sino como actores influyentes.

Sin embargo, este modelo, tal y como estamos observando, genera riesgos y amenazas que, del mismo modo que las oportunidades expuestas con anterioridad, pueden modificar de forma definitiva todo lo que conocemos. En Ciencia Política, en Ciencias Jurídicas, en Sociología, en Economía, en Psicología… En Teología…

Para protegernos en este proceso claramente disruptivo y revolucionario, debemos empezar a generar nuevas capacidades en el dominio del Ciberespacio y este proceso, tal y como lo ha acontecido a lo largo de todos los procesos revolucionarios de los que el ser humano ha sido parte, a lo largo de la historia, es doloroso y, más que probablemente, va a generar bajas. De hecho, ya las ha generado y va a continuar haciéndolo. Y el problema es que este proceso es muy rápido. Tenemos pocas oportunidades para adaptarnos y hemos de aprovecharlas.

Explorar este mundo, en ningún caso, permite trasladar de forma directa nuestra experiencia y nuestro conocimiento adquiridos en el universo clásico analógico. Ni los tiempos, ni los territorios, ni siquiera los conceptos manejados son los mismos.

Hemos de generar nuevas ontologías, nuevas epistemologías, que se adapten a los tiempos, a la complejidad, a la aterritorialidad de este nuevo dominio y se necesitarán las mentes más brillantes y creativas para configurar el significado de la separación de poderes, de los procesos democráticos, de los modelos de influencia y de toma de decisión que, probablemente, dejarán de estar al alcance del ser humano para transferirse a algoritmos, puede que de Inteligencia Artificial, más potentes y adaptados a la toma de decisión en los tiempos que requiere este territorio del que ya no podemos prescindir para nuestra propia y compleja supervivencia como especie: el Ciberespacio.

Enrique Ávila, Director del Centro de Análisis y Prospectiva de la Guardia Civil y director del Centro Nacional de Excelencia en Ciberseguridad. Licenciado en Derecho, es colegiado no ejerciente del ICAM, Máster en Evidencias Forenses y lucha contra el Cibercrimen y Experto Universitario en Servicios de Inteligencia. Ha sido subdirector de la Escuela de Inteligencia Económica. Como docente, ha impartido clases en los másteres de: Ciberseguridad y Ciberdefensa de la Escuela Superior de Guerra de Colombia; Inteligencia Económica de la UAM; Evidencias Digitales y lucha contra el Cibercrimen de la UAM, y Seguridad TIC de la UEM. También es profesor del Diplomado en Ciberdefensa y Ciberseguridad (Ámbito Jurídico), de la Escuela Superior de Guerra de Colombia, y de Diplomado online sobre Ciberseguridad y Blockchain del Instituto Universitario de Investigación Ortega y Gasset.

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Ciberespacio: el dominio del desarrollo humano

 El dominio del Ciberespacio, tal como se establece en la Estrategia de Seguridad Nacional de 2017, se configura como transversal a todas las amenazas que se glosan en este documento estratégico.

No puede ser de otra manera: el dominio del Ciberespacio se configura como una dimensionalidad añadida a las que han modelado nuestra experiencia vital como seres humanos. Las 4 dimensiones espacio-temporales que han servido para configurar toda nuestra cultura y nuestro desarrollo como especie se han visto ampliadas, por efecto de la tecnología, con una nueva dimensión específica: la del Ciberespacio, cuyas especiales características conectan de manera muy deficiente con las capacidades que desarrollamos como especie.

Nuestro cerebro se caracteriza por disponer de una capacidad única de computación paralela. Nuestros sentidos captan y nuestro sistema nervioso comunica a nuestro cerebro miles de unidades de información cada segundo y éste las procesa con el fin, fundamentalmente, de asegurar nuestra supervivencia como individuos. La otra característica de nuestro sistema de computación biológico es que lo hacemos a una relativamente baja velocidad, estimada en unos 50Hz. Esta es suficiente para los requerimientos de supervivencia en la Sabana o, incluso, en un complejo entorno urbano, a pesar de que, todos somos testigos, a veces, en ese tipo de entornos complejos, nuestra capacidad de cómputo falla por recibir excesivas unidades de información, no pudiendo éstas ser computadas correctamente por nuestro cerebro.

El dominio del ciberespacio se desarrolla de forma completamente diferente. Su tecnología subyacente se caracteriza por dos elementos que nos son completamente extraños como especie:

En primer lugar, la ausencia de una dimensión espacial. Esta ausencia se proyecta sobre algo que es fundamental para entender la disrupción que supone este dominio sobre toda nuestra experiencia como especie dado que, como gran parte de los mamíferos, somos territoriales.

La dimensión espacial se encuentra grabada sobre nuestro ADN. No entendemos, tal y como expresa Parménides, el concepto de “no ser”. El Ciberespacio, de alguna forma, es “no ser” por su intangibilidad estructural. Algo que escapa a nuestro entendimiento profundo.

En segundo lugar y tan importante como lo antedicho, podemos señalar que el Ciberespacio se caracteriza por su velocidad. Por su dinamicidad. Los procesos de comunicación se desarrollan a velocidad de la luz y los de cómputo, cada vez más rápidos, a velocidades de THz/s, algo inalcanzable para nuestros pobres procesos electroquímicos de transferencia de información.

Afortunadamente, al menos de momento, aunque ya se empieza a intuir la posibilidad futura y nada remota de que se vaya a producir un cambio disruptivo, aún conservamos ventaja en lo que a la capacidad de cómputo multiproceso paralelo frente a las Inteligencias Artificiales que apuntan a, en un futuro cercano, sobrepasarnos también en ese terreno.

Esta segunda característica influye de forma fundamental en nuestras sociedades tecnológicas. ¿El motivo? La hibridación de estas mismas sociedades. Provenimos de un mundo completamente analógico que, en pocas décadas, está transformándose en un mundo mayoritariamente digital. Son las estructuras analógicas las que están sufriendo un proceso de obsolescencia imposible de detener dada la hiper-dependencia tecnológica de nuestras, cada vez, más complejas sociedades.

No, no es posible dejar de depender de la tecnología. Y no estamos hablando de dejar de usar el teléfono móvil o el ordenador para “desintoxicarnos”. Se trata de que recibimos agua corriente en nuestras viviendas gracias a la tecnología. Y energía. Y alimentos, en virtud de una cadena logística perfectamente engrasada, gracias a complejos procesos de toma de decisión, a menudo apoyados por algoritmos de Inteligencia Artificial.

Vivimos no sólo con calidad de vida, sino que, simplemente, vivimos, gracias a la tecnología subyacente a todas nuestras actividades como sociedad. Cuanto antes lo comprendamos, cuanto antes lo interioricemos, más rápida será nuestra adaptación al hecho de que ya somos, en un alto tanto por ciento de nuestra existencia, seres digitales.

Exploramos una dimensionalidad vital que modifica todo lo que hasta ahora hemos conocido como especie y este proceso de exploración, como siempre ha ocurrido a lo largo de la historia del ser humano, genera riesgos y amenazas.

Tanto para los exploradores como para el ecosistema explorado. Las particularidades de este nuevo territorio determinan que las consecuencias de los errores de exploración se trasladen, de forma rápida y, a menudo, siguiendo patrones que podríamos denominar víricos, a todo el cuerpo social que configuramos esta gran Red de comunicación y conocimiento.

La génesis de la Red, orientada hacia la resiliencia y no hacia la seguridad, induce un, cada vez lo vemos más claramente, modelo de riesgo y de impacto difícilmente asumibles por lo que consideramos, desde nuestras democracias formales, como sistema deseable de compensación de poderes y de modelos de toma de decisión orientados a lo que, al menos en Occidente, hemos definido como bien común.

La propia dinámica de generación rápida de beneficios, la enorme dinamicidad en la creación y desaparición de las denominadas redarquías, el dominio de centros vitales de toma de decisión por parte de actores no estatales, entre otras razones, configuran una nueva situación que, a nuestro juicio, tiene su génesis en esta característica fundacional de la Red: La inexistencia de una IDENTIDAD DIGITAL, problema que abordaremos en profundidad, en otro momento.

En la Red, todo es indiciario porque nunca se pensó que la identidad fuese una característica necesaria; ni tan siquiera deseable, por parte de ninguno de los actores que han contribuido a su desarrollo. La Identidad sólo es deseable cuando se quiere controlar a algo o a alguien.

Y, ¡es cierto!, estos años de desarrollo del Ciberespacio han servido para muchas cosas buenas: Se ha diseminado conocimiento, configurándose, al tiempo, importantes polos de generación de lo que podríamos denominar Inteligencia Colectiva.

Además de lo antedicho, la cooperación, la transparencia, la posibilidad de trasladar información al entorno, sin los filtros que constreñían esta necesaria capacidad, así como el advenimiento de una era de oportunidades para quienes, en un modelo clásico, jamás hubiesen atisbado la posibilidad de acceder a las mismas, configuran los supuestos beneficios de este territorio inexplorado que es el Ciberespacio.

En definitiva, el radical cambio de modelo productivo que está aconteciendo, con la progresiva desaparición de las cadenas de intermediación y la posibilidad de “tokenizar” bienes y servicios en un mercado global, puede definirse como uno de esos pocos momentos disruptivos de la historia de los que tenemos la fortuna de formar parte, como especie, en este caso, no sólo como testigos sino como actores influyentes.

Sin embargo, este modelo, tal y como estamos observando, genera riesgos y amenazas que, del mismo modo que las oportunidades expuestas con anterioridad, pueden modificar de forma definitiva todo lo que conocemos. En Ciencia Política, en Ciencias Jurídicas, en Sociología, en Economía, en Psicología… En Teología…

Para protegernos en este proceso claramente disruptivo y revolucionario, debemos empezar a generar nuevas capacidades en el dominio del Ciberespacio y este proceso, tal y como lo ha acontecido a lo largo de todos los procesos revolucionarios de los que el ser humano ha sido parte, a lo largo de la historia, es doloroso y, más que probablemente, va a generar bajas. De hecho, ya las ha generado y va a continuar haciéndolo. Y el problema es que este proceso es muy rápido. Tenemos pocas oportunidades para adaptarnos y hemos de aprovecharlas.

Explorar este mundo, en ningún caso, permite trasladar de forma directa nuestra experiencia y nuestro conocimiento adquiridos en el universo clásico analógico. Ni los tiempos, ni los territorios, ni siquiera los conceptos manejados son los mismos.

Hemos de generar nuevas ontologías, nuevas epistemologías, que se adapten a los tiempos, a la complejidad, a la aterritorialidad de este nuevo dominio y se necesitarán las mentes más brillantes y creativas para configurar el significado de la separación de poderes, de los procesos democráticos, de los modelos de influencia y de toma de decisión que, probablemente, dejarán de estar al alcance del ser humano para transferirse a algoritmos, puede que de Inteligencia Artificial, más potentes y adaptados a la toma de decisión en los tiempos que requiere este territorio del que ya no podemos prescindir para nuestra propia y compleja supervivencia como especie: el Ciberespacio.

Enrique Ávila, Director del Centro de Análisis y Prospectiva de la Guardia Civil y director del Centro Nacional de Excelencia en Ciberseguridad. Licenciado en Derecho, es colegiado no ejerciente del ICAM, Máster en Evidencias Forenses y lucha contra el Cibercrimen y Experto Universitario en Servicios de Inteligencia. Ha sido subdirector de la Escuela de Inteligencia Económica. Como docente, ha impartido clases en los másteres de: Ciberseguridad y Ciberdefensa de la Escuela Superior de Guerra de Colombia; Inteligencia Económica de la UAM; Evidencias Digitales y lucha contra el Cibercrimen de la UAM, y Seguridad TIC de la UEM. También es profesor del Diplomado en Ciberdefensa y Ciberseguridad (Ámbito Jurídico), de la Escuela Superior de Guerra de Colombia, y de Diplomado online sobre Ciberseguridad y Blockchain del Instituto Universitario de Investigación Ortega y Gasset.

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