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DES-AYUNO

Celia Chicharro Miguel. Investigadora Doctorado. Laboratorio de Biopatología. Departamento de Medicina Legal, Psiquiatría y Patología. Universidad Complutense de Madrid. Investigadora del Centro de Estudios Gregorio Marañón.

DES-AYUNO

Etimológicamente, la palabra desayuno viene del latín “dis-iunare” que significa “romper el ayuno”, por lo que simplemente atendiendo al origen de la palabra ya conocemos el objetivo más importante, romper el ayuno después de un tiempo prolongado.

A priori, el desayuno, como primera comida del día, se considera una de las ingestas más importantes, ya que ayuda a reorganizar los cambios metabólicos sufridos durante la noche. Aporta la energía y los nutrientes que el organismo necesita para empezar la jornada y suele incluir el primer líquido ingerido del día, lo que contribuye a mantener un estado de hidratación correcto.

Actualmente, en España, los cambios socio-laborales junto a nuevos estilos de vida han dado lugar a una tendencia por realizar desayunos cada vez más ligeros, poco variados o nutricionalmente incompletos, e incluso llegar a omitirlos, causando una distribución horaria de las comidas desequilibrada, que puede tener repercusiones negativas en el estado nutricional y, por tanto, en la salud. Pero ¿realmente es tan malo para la salud saltarse el desayuno? ¿No desayunar provoca que se ingieran más calorías en el resto de las comidas? Si no desayunamos, ¿existe más riesgo de desarrollar patologías cardiometabólicas? ¿Es el desayuno la comida más importante del día?

Del mismo modo que los mitos se asumen para explicar una realidad compleja de entender, las presunciones se convierten en creencias sobre situaciones no probadas ni desmentidas. En este sentido, conviene recopilar información basada en la evidencia científica que nos ayude a apoyar estos datos o refutarlos. Si revisamos someramente la literatura científica encontramos elementos de discusión.

El  trabajo  de (Lopez-Minguez et al., 2019) señala que existe una mayor ingesta energética, de grasa y colesterol y una menor ingesta de fibra, vitaminas y minerales en individuos que omiten el desayuno, pero la gran mayoría de investigaciones no justifican la idea de que saltarse el desayuno implique comer el doble en las siguientes comidas, ya que tampoco existen cambios significativos en el peso que nos indiquen que haya una ganancia (Kral et al., 2011; Levitsky & DeRosimo, 2010; McCrory, 2014a).

Sin embargo, Zakrzewski-Fruer et al., 2017 indican la importancia de tener en cuenta el horario de las comidas a la hora de perder peso. Por ejemplo, las personas que ingieren la comida después de las 15 horas tienen más dificultades para perder peso en comparación con los sujetos que comen antes de las 15 horas, a pesar de tener una ingesta, duración del sueño y edad similares (Duregon et al., 2021; Lopez-Minguez et al., 2019). También se ha constatado que en personas obesas reducir el horario de alimentación (de 10h a 18h) es un método efectivo para perder peso (Gabel et al., 2018).

Hay que tener en cuenta que el diseño de los estudios presenta muchos factores de confusión que dificultan las posibilidades de extraer conclusiones. Es el caso del periodo corto de seguimiento de los pacientes, no se establece una definición estándar de lo que se entiende por desayuno, además de no tener en cuenta el momento de la ingesta, el contenido calórico y la calidad de este (McCrory, 2014b).

En otro orden de ideas, tradicionalmente, saltarse el desayuno ha sido objeto de atención por parte de las entidades públicas de salud ya que puede aumentar el riesgo de padecer determinadas enfermedades cardiometabolicas, como la obesidad, la diabetes mellitus tipo 2 o las enfermedades cardiovasculares (Ardeshirlarijani et al., 2019; Gibney et al., 2018; Jakubowicz et al., 2021; Li et al., 2022; Takagi et al., 2019). No obstante, las investigaciones que estudian esta relación son controvertidas ya que saltarse el desayuno no parece ser un factor determinante para que una persona tenga más riesgo de padecer alguna de estas patologías.  En todo caso, se debería revisar la dieta total de ese individuo con el fin de valorar su estado nutricional. Por otra parte, (Nakajima, 2018) incide en considerar otros aspectos que puedan explicar por qué hay personas que no desayunan, como la ingesta de la cena a una hora tardía sin dejar tiempo de digestión, la toma de alcohol antes de ir a dormir o directamente no dormir las horas suficientes (Li et al., 2022; Lopez-Minguez et al., 2019).

Con todo lo comentado, me gustaría realizar alguna consideración. Hoy en día, la omisión del desayuno comienza a ser un tema menos controvertido en el adulto, entendido el desayuno como la primera comida del día que rompe el ayuno nocturno, alrededor de las 7-8h de la mañana. Probablemente, este hecho se relacione con el ayuno intermitente, una estrategia que alterna periodos de ayuno con periodos de ingesta (Tinsley et al., 2019). Existen varios modelos para llevar a cabo este plan. Algunos de los más empleados son el modelo 12/12; en el que se ingiere la comida durante 12 horas y se ayuna durante otras 12 horas y el modelo 16/8; en este caso, implica ayunar durante 16 horas dejando una ventana de alimentación de 8 horas. El primer modelo es el más fácil de llevar a cabo. De hecho, muchas personas lo realizan sin darse cuenta. Veamos un ejemplo; si un sujeto termina de cenar a las 20h de la tarde y comienza a desayunar a las 8h del día siguiente, ha estado 12 horas ayunando. Más allá va el segundo tipo de ayuno intermitente, en el que, si la cena del sujeto termina a las 21h, no volvería a ingerir nada hasta la 13h del día siguiente. Lo lógico sería pensar que, si el patrón de ayuno/ingesta se repite, este individuo pierda peso, así se ha comprobado en personas obesas. El ayuno intermitente parece ser una estrategia efectiva, logrando incluso aumentar la masa muscular (Dong et al., 2020; Freire, 2020; Gabel et al., 2018) y otros beneficios independientes del peso; mejora la sensibilidad a la insulina en prediabéticos, mejora su actividad metabólica y el control de la presión sistólica (Johnstone, 2015; Peterson, 2019; Templeman et al., 2020).

Llegados a este punto, cabe aclarar las siguientes consideraciones en torno al ayuno intermitente. Ayunar no es una práctica fácil de generalizar en la población, incluso difícil de aplicar en algunos casos, pues nuestra cultura alimentaria está vinculada a circunstancias sociales, laborales, hábitos y costumbres. Si queremos practicar esta estrategia nutricional, debemos contar con el asesoramiento y ayuda de los profesionales de la salud, en este caso, los Dietistas-Nutricionistas, a fin de que nos informen y asesoren sobre una adecuada redistribución calórica y de macronutrientes personalizada que cumplan con las recomendaciones dietéticas y objetivos nutricionales de cada individuo.

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DES-AYUNO

Celia Chicharro Miguel. Investigadora Doctorado. Laboratorio de Biopatología. Departamento de Medicina Legal, Psiquiatría y Patología. Universidad Complutense de Madrid. Investigadora del Centro de Estudios Gregorio Marañón.

DES-AYUNO

Etimológicamente, la palabra desayuno viene del latín “dis-iunare” que significa “romper el ayuno”, por lo que simplemente atendiendo al origen de la palabra ya conocemos el objetivo más importante, romper el ayuno después de un tiempo prolongado.

A priori, el desayuno, como primera comida del día, se considera una de las ingestas más importantes, ya que ayuda a reorganizar los cambios metabólicos sufridos durante la noche. Aporta la energía y los nutrientes que el organismo necesita para empezar la jornada y suele incluir el primer líquido ingerido del día, lo que contribuye a mantener un estado de hidratación correcto.

Actualmente, en España, los cambios socio-laborales junto a nuevos estilos de vida han dado lugar a una tendencia por realizar desayunos cada vez más ligeros, poco variados o nutricionalmente incompletos, e incluso llegar a omitirlos, causando una distribución horaria de las comidas desequilibrada, que puede tener repercusiones negativas en el estado nutricional y, por tanto, en la salud. Pero ¿realmente es tan malo para la salud saltarse el desayuno? ¿No desayunar provoca que se ingieran más calorías en el resto de las comidas? Si no desayunamos, ¿existe más riesgo de desarrollar patologías cardiometabólicas? ¿Es el desayuno la comida más importante del día?

Del mismo modo que los mitos se asumen para explicar una realidad compleja de entender, las presunciones se convierten en creencias sobre situaciones no probadas ni desmentidas. En este sentido, conviene recopilar información basada en la evidencia científica que nos ayude a apoyar estos datos o refutarlos. Si revisamos someramente la literatura científica encontramos elementos de discusión.

El  trabajo  de (Lopez-Minguez et al., 2019) señala que existe una mayor ingesta energética, de grasa y colesterol y una menor ingesta de fibra, vitaminas y minerales en individuos que omiten el desayuno, pero la gran mayoría de investigaciones no justifican la idea de que saltarse el desayuno implique comer el doble en las siguientes comidas, ya que tampoco existen cambios significativos en el peso que nos indiquen que haya una ganancia (Kral et al., 2011; Levitsky & DeRosimo, 2010; McCrory, 2014a).

Sin embargo, Zakrzewski-Fruer et al., 2017 indican la importancia de tener en cuenta el horario de las comidas a la hora de perder peso. Por ejemplo, las personas que ingieren la comida después de las 15 horas tienen más dificultades para perder peso en comparación con los sujetos que comen antes de las 15 horas, a pesar de tener una ingesta, duración del sueño y edad similares (Duregon et al., 2021; Lopez-Minguez et al., 2019). También se ha constatado que en personas obesas reducir el horario de alimentación (de 10h a 18h) es un método efectivo para perder peso (Gabel et al., 2018).

Hay que tener en cuenta que el diseño de los estudios presenta muchos factores de confusión que dificultan las posibilidades de extraer conclusiones. Es el caso del periodo corto de seguimiento de los pacientes, no se establece una definición estándar de lo que se entiende por desayuno, además de no tener en cuenta el momento de la ingesta, el contenido calórico y la calidad de este (McCrory, 2014b).

En otro orden de ideas, tradicionalmente, saltarse el desayuno ha sido objeto de atención por parte de las entidades públicas de salud ya que puede aumentar el riesgo de padecer determinadas enfermedades cardiometabolicas, como la obesidad, la diabetes mellitus tipo 2 o las enfermedades cardiovasculares (Ardeshirlarijani et al., 2019; Gibney et al., 2018; Jakubowicz et al., 2021; Li et al., 2022; Takagi et al., 2019). No obstante, las investigaciones que estudian esta relación son controvertidas ya que saltarse el desayuno no parece ser un factor determinante para que una persona tenga más riesgo de padecer alguna de estas patologías.  En todo caso, se debería revisar la dieta total de ese individuo con el fin de valorar su estado nutricional. Por otra parte, (Nakajima, 2018) incide en considerar otros aspectos que puedan explicar por qué hay personas que no desayunan, como la ingesta de la cena a una hora tardía sin dejar tiempo de digestión, la toma de alcohol antes de ir a dormir o directamente no dormir las horas suficientes (Li et al., 2022; Lopez-Minguez et al., 2019).

Con todo lo comentado, me gustaría realizar alguna consideración. Hoy en día, la omisión del desayuno comienza a ser un tema menos controvertido en el adulto, entendido el desayuno como la primera comida del día que rompe el ayuno nocturno, alrededor de las 7-8h de la mañana. Probablemente, este hecho se relacione con el ayuno intermitente, una estrategia que alterna periodos de ayuno con periodos de ingesta (Tinsley et al., 2019). Existen varios modelos para llevar a cabo este plan. Algunos de los más empleados son el modelo 12/12; en el que se ingiere la comida durante 12 horas y se ayuna durante otras 12 horas y el modelo 16/8; en este caso, implica ayunar durante 16 horas dejando una ventana de alimentación de 8 horas. El primer modelo es el más fácil de llevar a cabo. De hecho, muchas personas lo realizan sin darse cuenta. Veamos un ejemplo; si un sujeto termina de cenar a las 20h de la tarde y comienza a desayunar a las 8h del día siguiente, ha estado 12 horas ayunando. Más allá va el segundo tipo de ayuno intermitente, en el que, si la cena del sujeto termina a las 21h, no volvería a ingerir nada hasta la 13h del día siguiente. Lo lógico sería pensar que, si el patrón de ayuno/ingesta se repite, este individuo pierda peso, así se ha comprobado en personas obesas. El ayuno intermitente parece ser una estrategia efectiva, logrando incluso aumentar la masa muscular (Dong et al., 2020; Freire, 2020; Gabel et al., 2018) y otros beneficios independientes del peso; mejora la sensibilidad a la insulina en prediabéticos, mejora su actividad metabólica y el control de la presión sistólica (Johnstone, 2015; Peterson, 2019; Templeman et al., 2020).

Llegados a este punto, cabe aclarar las siguientes consideraciones en torno al ayuno intermitente. Ayunar no es una práctica fácil de generalizar en la población, incluso difícil de aplicar en algunos casos, pues nuestra cultura alimentaria está vinculada a circunstancias sociales, laborales, hábitos y costumbres. Si queremos practicar esta estrategia nutricional, debemos contar con el asesoramiento y ayuda de los profesionales de la salud, en este caso, los Dietistas-Nutricionistas, a fin de que nos informen y asesoren sobre una adecuada redistribución calórica y de macronutrientes personalizada que cumplan con las recomendaciones dietéticas y objetivos nutricionales de cada individuo.

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