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Neuroestética

Pablo Bandrés Hernández. Neurólogo clínico. Investigador del Laboratorio de Biopatología. Facultad de Medicina de la UCM y del Centro de Estudios Gregorio Marañón.

“Lo bello es el comienzo de lo terrible que todavía podemos soportar”. Así reflexionó el poeta Rainer María Rilke a propósito de la belleza y es que, esta noción tan abstracta e inherente a la existencia humana ha dado mucho de qué hablar a todos los hijos de Sócrates.

Cediendo a los amantes de la sabiduría las definiciones complejas y los laberintos conceptuales del derrotero de la Estética, la Ciencia, en su testaruda pasión por “la verdad”, busca respuestas relacionadas con cómo nos comportamos cuando nos enfrentamos a lo bello. Así se defiende el neurobiólogo y catedrático del University College of London (UCL) Semir Zeki, que hace hincapié en explicar cómo su propósito no es definir la belleza como tal, sino hallar los sistemas neurológicos que dan sustrato a la experimentación de lo bello.

Ya hacia 1914, el crítico de arte británico Clive Bell se preguntaba cual era la razón por la que los trabajos artísticos desatan una experiencia emocional. Dado que todo ser humano, sin importar su raza o linaje cultural, es capaz de experimentar la belleza, Bell se afanaba en encontrar ese factor común que incorpora toda obra artística desde las antiguas esculturas egipcias hasta los lienzos de Cézanne.

La neuroestética es un campo relativamente reciente (formalmente desde 2002), que estudia las bases neuronales tanto de la contemplación como de la creación de las obras artísticas: ¿Se podrán extraer principios universales por los que se guían nuestras preferencias estéticas?

En sus primeros trabajos, Zeki llegó a demostrar que existe una especialización funcional en el córtex visual de los primates aplicable al ser humano. Son distintas áreas del cerebro las que procesan diferentes características del mundo visual, como el movimiento o el color. De hecho, estos procesos se realizan de forma paralela aunque no sincronizada, por ejemplo: permitiéndonos percibir el color antes que el movimiento y las formas.

Zeki afirma que existe un asincronismo en la visión, fruto de diferentes velocidades de procesamiento para diferentes atributos. Por ello, la consciencia visual no está unificada, sino que existen muchas microconsciencias visuales distribuidas en el tiempo y el espacio que, tras volver a ser procesadas en su conjunto, nos dan una visión unificada del mundo.

Como padre de la neuroestética, Zeki refiere que son los propios artistas quienes, de forma inconsciente, usan técnicas para estudiar el procesamiento del arte por nuestro cerebro. Resulta ilustrativo el ejemplo de Piet Mondrian, fervoroso creyente de que el arte debería ser una indagación de lo absoluto, y en su búsqueda de la estructura básica del universo, lo acabó resumiendo en líneas verticales y horizontales a las que llamó “retícula cósmica”. Al rechazar la distracción de lo figurativo, el neerlandés se lanza a la búsqueda de lo absoluto con herramientas aparentemente básicas como el color y la composición en aras a encontrar la proporción de la armonía. De su arte se ha obtenido un correlato científico demostrado en cuanto a nuestra percepción de las formas que ha revolucionado el diseño industrial, las artes gráficas y la arquitectura desde hace más de un siglo.

Para Semir Zeki hay dos características básicas sobre las que reposa el cerebro visual. Por un lado, la abstracción que nos permite dividir una representación en multitud de detalles que coordinamos de forma jerárquica. A esa abstracción se añade la constancia, como capacidad para retener las propiedades esenciales de un objeto, desechando otras propiedades dinámicas irrelevantes. Por ello, somos capaces de reconocer una cara desde diferentes ángulos.

Existen conexiones directas entre áreas visuales de nuestra corteza occipital y las estructuras límbicas, que hasta la fecha hemos identificamos como el sustrato de las emociones en nuestro cerebro. Sin embargo, a la hora de estudiar belleza y cerebro, la identificación de objetos y su juicio estético están involucrados en la percepción global de la estética, donde regiones como la corteza prefrontal se suman a la ecuación.

El córtex orbitofrontal se encarga de atribuir valores a los diferentes estímulos y parece determinante a la hora de definir entre fealdad y belleza. También activaciones de la ínsula y el giro fusiforme se relacionan con la experiencia emocional del arte.

Parece por lo tanto que existen dos direcciones en el procesamiento de la belleza. El que se podría estipular como un sentido ascendente respecto a la percepción y un sentido descendente de nuestra atención.

Grosso modo parece que nuestra razón y emoción han de combinarse para permitirnos experimentar la belleza y poco a poco la neurociencia encuentra más pistas sobre cómo lo hacemos. Mientras tanto y aún sin comprender sus mecanismos del todo, todavía podemos dejarnos sobrecoger por ella, porque como dijo Oscar Wilde: “La belleza es muy superior al genio. No necesita explicación”.

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Neuroestética

Pablo Bandrés Hernández. Neurólogo clínico. Investigador del Laboratorio de Biopatología. Facultad de Medicina de la UCM y del Centro de Estudios Gregorio Marañón.

“Lo bello es el comienzo de lo terrible que todavía podemos soportar”. Así reflexionó el poeta Rainer María Rilke a propósito de la belleza y es que, esta noción tan abstracta e inherente a la existencia humana ha dado mucho de qué hablar a todos los hijos de Sócrates.

Cediendo a los amantes de la sabiduría las definiciones complejas y los laberintos conceptuales del derrotero de la Estética, la Ciencia, en su testaruda pasión por “la verdad”, busca respuestas relacionadas con cómo nos comportamos cuando nos enfrentamos a lo bello. Así se defiende el neurobiólogo y catedrático del University College of London (UCL) Semir Zeki, que hace hincapié en explicar cómo su propósito no es definir la belleza como tal, sino hallar los sistemas neurológicos que dan sustrato a la experimentación de lo bello.

Ya hacia 1914, el crítico de arte británico Clive Bell se preguntaba cual era la razón por la que los trabajos artísticos desatan una experiencia emocional. Dado que todo ser humano, sin importar su raza o linaje cultural, es capaz de experimentar la belleza, Bell se afanaba en encontrar ese factor común que incorpora toda obra artística desde las antiguas esculturas egipcias hasta los lienzos de Cézanne.

La neuroestética es un campo relativamente reciente (formalmente desde 2002), que estudia las bases neuronales tanto de la contemplación como de la creación de las obras artísticas: ¿Se podrán extraer principios universales por los que se guían nuestras preferencias estéticas?

En sus primeros trabajos, Zeki llegó a demostrar que existe una especialización funcional en el córtex visual de los primates aplicable al ser humano. Son distintas áreas del cerebro las que procesan diferentes características del mundo visual, como el movimiento o el color. De hecho, estos procesos se realizan de forma paralela aunque no sincronizada, por ejemplo: permitiéndonos percibir el color antes que el movimiento y las formas.

Zeki afirma que existe un asincronismo en la visión, fruto de diferentes velocidades de procesamiento para diferentes atributos. Por ello, la consciencia visual no está unificada, sino que existen muchas microconsciencias visuales distribuidas en el tiempo y el espacio que, tras volver a ser procesadas en su conjunto, nos dan una visión unificada del mundo.

Como padre de la neuroestética, Zeki refiere que son los propios artistas quienes, de forma inconsciente, usan técnicas para estudiar el procesamiento del arte por nuestro cerebro. Resulta ilustrativo el ejemplo de Piet Mondrian, fervoroso creyente de que el arte debería ser una indagación de lo absoluto, y en su búsqueda de la estructura básica del universo, lo acabó resumiendo en líneas verticales y horizontales a las que llamó “retícula cósmica”. Al rechazar la distracción de lo figurativo, el neerlandés se lanza a la búsqueda de lo absoluto con herramientas aparentemente básicas como el color y la composición en aras a encontrar la proporción de la armonía. De su arte se ha obtenido un correlato científico demostrado en cuanto a nuestra percepción de las formas que ha revolucionado el diseño industrial, las artes gráficas y la arquitectura desde hace más de un siglo.

Para Semir Zeki hay dos características básicas sobre las que reposa el cerebro visual. Por un lado, la abstracción que nos permite dividir una representación en multitud de detalles que coordinamos de forma jerárquica. A esa abstracción se añade la constancia, como capacidad para retener las propiedades esenciales de un objeto, desechando otras propiedades dinámicas irrelevantes. Por ello, somos capaces de reconocer una cara desde diferentes ángulos.

Existen conexiones directas entre áreas visuales de nuestra corteza occipital y las estructuras límbicas, que hasta la fecha hemos identificamos como el sustrato de las emociones en nuestro cerebro. Sin embargo, a la hora de estudiar belleza y cerebro, la identificación de objetos y su juicio estético están involucrados en la percepción global de la estética, donde regiones como la corteza prefrontal se suman a la ecuación.

El córtex orbitofrontal se encarga de atribuir valores a los diferentes estímulos y parece determinante a la hora de definir entre fealdad y belleza. También activaciones de la ínsula y el giro fusiforme se relacionan con la experiencia emocional del arte.

Parece por lo tanto que existen dos direcciones en el procesamiento de la belleza. El que se podría estipular como un sentido ascendente respecto a la percepción y un sentido descendente de nuestra atención.

Grosso modo parece que nuestra razón y emoción han de combinarse para permitirnos experimentar la belleza y poco a poco la neurociencia encuentra más pistas sobre cómo lo hacemos. Mientras tanto y aún sin comprender sus mecanismos del todo, todavía podemos dejarnos sobrecoger por ella, porque como dijo Oscar Wilde: “La belleza es muy superior al genio. No necesita explicación”.

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