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100 años del viaje de Gregorio Marañón con el rey Alfonso XIII a Las Hurdes: hito de la humanización sanitaria en España.

Se cumplen 100 años de la expedición que realizó el médico Gregorio Marañón con Alfonso XIII a la comarca de Las Hurdes; una hazaña que marcó un antes y después en la la historia de la atención sanitaria en España.

Cien años han pasado del que fue uno de los acontecimientos de mayor trascendencia social de la primera mitad del siglo XX en España. Una épica travesía que cambió para siempre la vida de los habitantes de una tierra cuya terrible leyenda negra se remontaba a varios siglos atrás. Hablamos de Las Hurdes, comarca situada al norte de la provincia de Cáceres; una región que ha conocido los más altos niveles de pobreza, aislamiento y mortalidad en toda la historia contemporánea de nuestro país. Una epopeya en la que tomaron parte desde los más altos cargos de poder, comenzando por el rey Alfonso XIII, bisabuelo de nuestro actual monarca Felipe VI, hasta algunas de las más ilustres eminencias intelectuales de nuestro país y, también, de fuera de nuestras fronteras, como el hispanista francés Maurice Legendre. Y dentro de estas ilustres figuras, encontramos al que sería propiciador por excelencia de esta catártica misión: el doctor Gregorio Marañón.

El rey Alfonso XIII encabezando la entrada a una alquería. Archivo de la Fundación Ortega-Marañón.

El doctor Marañón y sus precursores

El prestigioso doctor, endocrinólogo y ensayista don Gregorio Marañón y Posadillo perteneció a la Generación del 14, cuyos miembros son también conocidos como novecentistas. Esta brillante generación se vio unida por el deseo de europeizar una España, donde el atraso y la miseria reinantes en gran parte de su territorio la alejaban considerablemente del desarrollo que habían alcanzado países de nuestro entorno más próximo. No obstante, ningún lugar en España presentaba un panorama tan devastador como la comarca hurdana. Este hecho ya era conocido por muchas importantes personalidades que habían intentado dar solución a los problemas de dicha región, pero que apenas habían tenido éxito. Sin embargo, su labor los convertiría en precursores para Marañón y para el resto de altos cargos que llevarían a cabo las reformas que, con el paso de los años, pondrían fin a las desdichas de los hurdanos.

Entre los más destacados defensores de la causa antes de Marañón destaca el célebre escritor y filósofo vasco Miguel de Unamuno, quien pertenecía a La Esperanza de Las Hurdes, una sociedad benéfica fundada por las autoridades eclesiásticas de la comarca. Como señala Antonio López Vega, profesor titular de Historia contemporánea de la Universidad Complutense de Madrid y director del Instituto Universitario de Investigación Ortega y Marañón, Unamuno había liderado en 1908 unas jornadas hurdanófilas donde se estudió la situación de Las Hurdes, quedando muy afligido tras esa experiencia. Fue la admiración hacia el escritor como líder de la Generación del 98 lo que llevó a Marañón y a otros estudiosos a interesarse en primera instancia por este problema.

La miseria de Las Hurdes:

Desde tiempos inmemoriales, Las Hurdes se reducían básicamente a una región de vastos pedregales escabrosos salpicados de alquerías (pequeñas aldeas) en las que vivían en conjunto unos 8.000 habitantes casi completamente aislados del exterior debido a la inexistencia de caminos transitables. Sus condiciones de vida, casi primitivas, comprendían la más absoluta insalubridad -vivían en chozas de pizarra que compartían con animales, sin más ventilación que la puerta de entrada- y carencia de recursos sanitarios o alimenticios, con unas cifras de mortalidad del 90 por 1.000 en las zonas más pobres, cuando la cifra correspondiente a toda España era de 22 por 1.000, la cual ya de por sí constituía una cantidad alarmante. Del mismo modo, las tasas de analfabetismo alcanzaban el 90% y, prácticamente, toda la población padecía enfermedades como el paludismo, el cretinismo o la tuberculosis, agravadas todas ellas por el mayor de los males: la hambruna.

“Las enfermedades más graves que allí existían eran las que se debían a la falta de yodo en las aguas, ya que eso provocaba bocios, es decir, crecimiento exagerado de la glándula tiroides”, explica Fernando Bandrés Moya, catedrático de Medicina Legal en la Facultad de Medicina de la Universidad Complutense de Madrid y director del Centro de Estudios Gregorio Marañón de la Fundación Ortega-Marañón. “Había también cretinismo como consecuencia de que la gente nacía con un déficit de esta hormona; enanismo, como consecuencia de la endogamia; y enfermedades derivadas de la falta de higiene como la tuberculosis y el paludismo”, afirma Bandrés.

Habitantes de Las Hurdes, hambrientos y enfermos. Archivo de la Fundación Ortega-Marañón.

En relación con esta falta de alimento, el periodista y escritor catalán Luis Carandell, en Crónica de las crónicas, trabajo incluido en el libro Viaje a Las Hurdes (publicado por El País Aguilar), describe la precaria dieta de los hurdanos. En los meses lluviosos, la crecida de los ríos apenas dejaba espacio para diminutos huertos -que también eran destrozados ocasionalmente por los jabalíes circundantes- en las alquerías situadas junto al curso de las aguas, en los valles más profundos. Por esta razón, los campesinos se limitaban a construir pequeñas terrazas, pero, debido a la esterilidad de la tierra, a veces tan solo creía un olivo, un castaño o un cerezo; y cada árbol podía ser propiedad de varias familias al mismo tiempo, de modo que, en ocasiones, los padres dejaban en herencia únicamente una rama a cada hijo. Era tal el hambre, que algunos jóvenes ocasionalmente asesinaban a ancianos para que hubiera una boca menos que alimentar, como cita Carandell en el libro señalado anteriormente.

Las callejuelas de una alquería hurdana, entre chozas de pizarra. Archivo de la Fundación Ortega-Marañón.

La caprina era la única ganadería que allí se criaba. Sin embargo, no comían carne de cabra, sino que se limitaban a usarlas para transportar sus escasas cosechas de nabos, berzas, frijoles secos o patatas. El doctor Marañón contaba que, en cierta ocasión, ante la llegada de una epidemia de gripe, los habitantes de Rubiacos, una de las aldeas hurdanas, creyeron que el fin del mundo había llegado, por lo que decidieron comerse sus cabras y, “milagrosamente”, todos ellos mejoraron. Existían también entre los hurdanos los llamados “pedidores”, que eran básicamente personas que partían de Las Hurdes en calidad de mendigos para pedir limosna por toda España y así regresar a su tierra con un pequeño gran botín.   

Es indispensable señalar, para entender la circunstancia social de Las Hurdes, una triste actividad ampliamente extendida en la región como la crianza de pilos: estos eran niños expósitos, procedentes de Salamanca y Ciudad Rodrigo en su mayoría, que eran enviados a Las Hurdes para ser criados allí por nodrizas hurdanas a cambio de una módica cantidad de dinero que rondaba los 40 reales al mes. Como expone Carandell, la única garantía de que el niño adoptado seguía viviendo era un certificado mensual emitido por el párroco más cercano, de quien por ende dependía si la nodriza debía seguir percibiendo su salario o no.

Estas mujeres, que en su inmensa mayoría se encontraban escuálidas y enfermas, tenían ya de por sí hijos biológicos a los que apenas podían amamantar, y muchas veces favorecían al hijo adoptivo en detrimento de los suyos propios, pues eran los adoptivos los que representaban una fuente económica para ellas y para el resto de sus familias. No obstante, de la presencia de los pilos se derivaba también otro factor favorable para los hurdanos: la renovación de la sangre en medio de una sociedad en la que reinaba una mayúscula y enfermiza endogamia.

El doctor Varela, médico del rey Alfonso XIII, examinando a una niña hurdana.

Los orígenes primordiales

Ahora bien, ¿cuáles fueron los orígenes de esta sociedad tan precaria? Retomando lo relatado por Luis Carandell en Crónica de las crónicas, en el siglo XVI, la región de Las Hurdes se emancipó de la que podría ser llamada su metrópoli, La Alberca. En estas tierras montañosas, propiedad del ducado de Alba, algunos campesinos y pastores fueron estableciendo majadas en los rincones más recónditos; “es probable que ciertas poblaciones fugitivas se instalasen allí, ya que aquella es una zona de muy difícil acceso y aislada del exterior, como los cátaros en Francia (perseguidos durante el siglo XIII)”, sostiene Fernando Bandrés.

De esta manera, con el paso del tiempo fue fraguándose una leyenda en torno a aquella región, leyenda que en el siglo XVI plasmó Alonso Sánchez en su libro De Rebus Hispanae: “dos enamorados, ambos miembros de la familia del duque de Alba, se fugaron de La Alberca y fortuitamente descubrieron Las Hurdes, tierra que, al parecer, habitaban hombres sin cultura, que hablaban en un lenguaje desconocido, que se alimentaban únicamente de bellotas y castañas producidas por los árboles del lugar y cuya presencia resultaba imponente en su absoluta desnudez”.

Así pues, la creciente leyenda acerca de una comarca poblada por salvajes cerca de Salamanca fue sirviendo de inspiración a multitud de escritores, entre los cuales destacó el poeta y dramaturgo Lope de Vega, quien, a pesar de no llegar a visitar jamás dicha región, alimentó el mito que se cernía sobre ella en su comedia Las batuecas del duque de Alba.

La comitiva a caballo con vistas al puerto de Carrascal. Archivo de la Fundación Ortega-Marañón.

Los fallidos intentos de auxilio

Los intentos por rescatar Las Hurdes, siguiendo con la narración de Carandell, se remontaban al siglo XVII, de la mano del que sería nombrado obispo de Coria en 1684 y posteriormente arzobispo de Toledo, don Juan Porras y Atienza; también se intentó poner fin al aislamiento de la comarca durante el reinado de Carlos III, época protagonizada por el absolutismo ilustrado. Asimismo, a finales del siglo XIX, don Francisco Jarrín Moro, obispo de Plasencia, inició una regeneración de las aldeas hurdanas, y, en la primera década del siglo XX, junto al secretario del Obispado don José Polo Benito, movilizó a una serie de personalidades para fundar en 1903 La esperanza de las Hurdes. Esta sociedad benéfica, señalada anteriormente, consiguió subvenciones y denunció determinadas situaciones como el tráfico de los niños expósitos, que terminaría por abolirse tras el viaje del doctor Marañón.

Llegados a este punto, cabe preguntarse por qué los habitantes de unas tierras tan malaventuradas y con tan terrible escasez de recursos no terminaban optando por marcharse y probar suerte en otro lugar. Sobre esto responde el médico Fernando Bandrés con la siguiente reflexión: “la pobreza extrema dificulta la mirada hacia el horizonte, vives siempre agachado y piensas: ¿a dónde voy yo si soy analfabeto y no sé hacer nada salvo trabajar en la tierra? ¿Quién me va a acoger? ¿Voy a la servidumbre o a lo mejor ni siquiera de eso soy capaz? Y aquí lo que tengo es muy poco, pero es mío. En resumen, cuando estás en un sitio tan pobre y encerrado aparece el fenómeno de la resignación, que no aceptación”. De igual modo, Unamuno manifestaba en un artículo publicado el 22 de junio de 1922 en el periódico El Liberal las siguientes declaraciones: “el jurdano -término utilizado por Unamuno- prefiere vivir del botín de la limosna y pensar libre en su indigencia a tener que ser bracero durmiendo sobre el suelo de un amo”, “es la majestad de la indigencia”.

Una mujer hurdana haciendo una genuflexión ante Alfonso XIII. Archivo de la Fundación Ortega-Marañón.

Y, por fin, con todos estos antecedentes a sus espaldas, y tras su primera visita a Las Hurdes en marzo de 1921, el doctor Marañón, en su afanoso e incansable compromiso para con la salvación de la comarca extremeña, logró impresionar al rey Alfonso XIII con las descripciones del sobrecogedor panorama que había visto allí. Tal y como recapitula el historiador y catedrático de la Universidad Complutense de Madrid, Javier Moreno Luzón, en su libro El rey patriota. Alfonso XIII y la nación, el encuentro decisivo del doctor Marañón con el rey se produjo durante una cena en casa del marqués de Villavieja, habitual en los partidos de polo que hacían las delicias de don Alfonso. Hasta el momento, la biografía del rey no se caracterizaba precisamente por una ardua implicación en los asuntos públicos de su país; de hecho, los trataba con cierta frivolidad. Pero el prestigio de Marañón, unido a otras muchas voces que ya llevaban tiempo rogando por Las Hurdes, como la del poeta Gabriel y Galán, logró convencer al monarca.

El viaje del rey Alfonso XIII con el doctor Gregorio Marañón

El 20 de junio de 1922, el rey Alfonso XIII, el doctor Marañón y el resto de su comitiva partieron de Madrid rumbo a Las Hurdes. Don Alfonso iba a ser el primer monarca o jefe de Estado español en acercarse personalmente a conocer la realidad de aquella desamparada región. La expedición estaba formada, entre otros, por Vicente de Piniés Bayona, ministro de Gracia, Justicia y Gobernación; José Sánchez Guerra, presidente del Consejo de Ministros; Luis María de Silva y Carvajal, duque de Miranda y jefe de la Casa Real; Santiago Pérez Argemí, ingeniero de montes y autor de numerosos estudios sobre Las Hurdes; y los doctores Gregorio Marañón y Ricardo Varela. Y para dejar constancia del testimonio de aquella hazaña el periodista José García Moar y el fotógrafo José Demaría «Campúa». Además, a lo largo del viaje se fueron incorporando también otras personas, entre ellas, Juan Alcalá-Galiano, el conde de la Romilla y diputado de Cortes por el distrito de Hoyos.

La comitiva del rey Alfonso XIII con Marañón en el extremo izquierdo de la imagen. Archivo de la Fundación Ortega-Marañón.

La mayor parte del trayecto a través de Las Hurdes fue a caballo, debido a lo abrupto de los senderos. Allí, el rey fue testigo del infierno terrenal en el que vivían los habitantes del lugar. En cierta ocasión, estando profundamente consternado después de haber entrado a una de las chozas en las que una familia convivía con sus animales, llegó a exclamar: “es horroroso, ya no puedo ver más”. Y tal visión no era gran cosa comparada con una de las más horripilantes y trágicas vivencias que Marañón había tenido que soportar en su anterior viaje: en cierta ocasión, había entrado a una choza en cuyo interior se hallaba muerta una familia entera: el padre, la madre, y una hija de dos años, a excepción de otro bebé, de meses, que aún chupaba el seno de su madre muerta.

El rey Alfonso XIII entre las rudimentarias callejuelas. Archivo de la Fundación Ortega-Marañón.

Sin embargo, al margen de tan desoladoras experiencias, también se sucedieron algunas anécdotas durante el viaje, como el día en el que Vicente Piniés, ministro de Gobernación, pidió un café con leche en una de las alquerías. Cuando le trajeron el café y se lo bebió, le preguntaron si le había gustado, a lo que él respondió que sí… ¡cuán estupefacto se quedaría cuando le comunicaron lo mucho que se alegraría de ello la mujer que había puesto su propia leche materna en el café! Del mismo modo, también fue memorable el baño que don Alfonso se dio en un río completamente desnudo, como demuestran ciertas fotos inéditas, en compañía del doctor Marañón, quien sí llevaba puesta su ropa interior.

Vecinos hurdanos contemplando sorprendidos el paso a caballo de rey Alfonso XIII. Archivo Fundación Ortega-Marañón.

Tal como relata Carandell, el monarca y su séquito fueron aclamados efusivamente a su paso por todos aquellos poblados. Los aldeanos, emocionados, le regalaban flores y frutas, le besaban las manos y rompían a llorar. El periodista Gutiérrez de Miguel aseguró en una crónica publicada en La Voz haber escuchado de boca de un hurdano las siguientes palabras, apenas inteligibles: “que Dios lo bendiga al buen señol que ha veníu aquí dondi no hay naíta di na y solo pobreza y miselias”. El día 25 de junio llegaron hasta La Alberca, ya en territorio salmantino, donde el diputado del distrito don Eloy Bullón agasajó al rey con un grandioso recibimiento antes de su regreso a Madrid.

Niños hurdanos con el rey Alfonso XIII. Archivo de la Fundación Ortega-Marañón.

Las soluciones, la denuncia social y la creación del Patronato:

Tras este viaje se redactó la Memoria que serviría para crear el Patronato de Las Hurdes, que sustituyó a la anterior sociedad benéfica que durante años había tratado de dar solución a los males de aquella región, La esperanza de Las Hurdes. “Las medidas a tomar más significativas que el doctor Marañón puso de manifiesto para mejorar la vida de los hurdanos empezaban primordialmente por resolver la cuestión sanitaria”, explica Antonio López Vega. “Se estableció un consultorio en cada uno de los tres valles (el del Ladrillar, el Hurdano y el de Los Ángeles) de modo que en cada uno de ellos hubiera un médico repartiendo quinina para resolver los males endocrinológicos. Y, una vez resuelto el problema sanitario, ya se abordaría todo lo demás: inversión en infraestructuras, en educación, y todo aquello que componía la visión integral del doctor Marañón en cuanto a medidas a tomar para solucionar los problemas que allí existían”, asevera.

Gregorio Marañón, el rey Alfonso XIII y el duque de Miranda con una hurdana. Archivo de la Fundación Ortega-Marañón.

Sin embargo, un año después, al instaurarse la dictadura del general Primo de Rivera (1923-1930), todo el proyecto de Marañón se vio paralizado. Y es que el doctor se había posicionado como uno de los principales opositores al régimen dictatorial desde el primer momento, junto a Unamuno, Valle Inclán e Indalecio Prieto, ganándose así la aversión del dictador y del vicepresidente de su Gobierno, Severiano Martínez Anido. “En 1926 Marañón llegó a estar encarcelado injustamente durante un mes por haber participado en la conspiración cívico militar de la Sanjuanada las noches del 22 al 24 de junio. La habían puesto en marcha un grupo de militares y políticos que incluían al General Miller y al Conde de Romanones, entre otros, pero Marañón no estuvo involucrado, cosa que luego se demostró, y fue un gran escándalo a nivel nacional e internacional el haber encarcelado al insigne médico español”, sostiene el historiador López Vega.

Así pues, durante casi tres décadas, las reformas de Marañón para con Las Hurdes quedaron estancadas, a pesar de que, durante la propia dictadura de Primo de Rivera, la denuncia de la situación que allí se vivía continuó vigente en el panorama mediático gracias al polémico y controvertido documental del cineasta Luis Buñuel “Las Hurdes, tierra sin pan” (1933). “No obstante, a partir del año 50 se empieza a recuperar y regenerar de nuevo un poco la zona, a mejorar las infraestructuras, etcétera”, prosigue López Vega. “En los años sesenta España se empieza a recuperar fundamentalmente con políticas promovidas por el gobierno de Franco y de aquellos que conocemos como tecnócratas, gente que se dedica fundamentalmente al mundo financiero y que está muy vinculada al Opus Dei. Y a partir de 1980, con la llegada de la democracia y el Estado del bienestar, la comarca de Las Hurdes fue adquiriendo a lo largo de las sucesivas décadas su plenitud y su completo desarrollo hasta hoy”, concluye.

El legado de Marañón y Las Hurdes en la actualidad

“La obra de Marañón se cifró, que conozcamos, en la publicación de un total de 125 libros, en torno a 1.800 artículos, 146 discursos, 336 conferencias y más de 230 prólogos. Su obra médica se plasmó en cerca de 1.056 artículos de investigación y 32 monografías publicadas en los países científicamente más avanzados.

Al ser sus aportaciones ampliamente recogidas en la literatura internacional, se convirtió en uno de los nombres españoles más citados en los libros de psicología del mundo entero. Sus ensayos literarios y sus estudios históricos también alcanzaron una amplia difusión nacional e internacional. Fue un intelectual comprometido con el destino de su país y participó en muchos de los acontecimientos culturales, sociales y políticos más importantes de su tiempo” (fragmento tomado del Diccionario Biográfico de la Real Academia de la Historia, recogido en la biografía del doctor Marañón publicada en la página web de la FOM).

Las Hurdes se erigen hoy en día como uno de los parajes naturales más bellos y fecundos no solo de España, sino de toda Europa. Y, en conmemoración del viaje que cambió para siempre el destino de aquellas tierras, don Felipe y doña Letizia visitaron el pasado jueves 12 de mayo la comarca cacereña, concretamente el municipio de Pinofranqueado. Allí, decenas de vecinos acudieron para dar una calurosa bienvenida a sus majestades, aderezada por los músicos de la Escuela Provincial de Tamborileros de Mesegal.

Con esta visita, nuestros actuales monarcas contribuyen a mantener vivo el recuerdo de aquella emblemática misión, del mismo modo que en su momento hicieron don Juan de Borbón, hijo del rey Alfonso XIII y conde de Barcelona, y nuestros reyes eméritos don Juan Carlos y doña Sofía. Y es que una histórica hazaña de semejante magnitud y trascendencia, que ahora cumple cien años jamás debe caer en el olvido.

Autor del reportaje: Javier Salido, periodista cultural y estudiante del Máster Universitario en Periodismo Cultural de la Universidad CEU San Pablo.

Imágenes: Archivo de la Fundación Ortega-Marañón.

Edición: David Gómez.

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100 años del viaje de Gregorio Marañón con el rey Alfonso XIII a Las Hurdes: hito de la humanización sanitaria en España.

Se cumplen 100 años de la expedición que realizó el médico Gregorio Marañón con Alfonso XIII a la comarca de Las Hurdes; una hazaña que marcó un antes y después en la la historia de la atención sanitaria en España.

Cien años han pasado del que fue uno de los acontecimientos de mayor trascendencia social de la primera mitad del siglo XX en España. Una épica travesía que cambió para siempre la vida de los habitantes de una tierra cuya terrible leyenda negra se remontaba a varios siglos atrás. Hablamos de Las Hurdes, comarca situada al norte de la provincia de Cáceres; una región que ha conocido los más altos niveles de pobreza, aislamiento y mortalidad en toda la historia contemporánea de nuestro país. Una epopeya en la que tomaron parte desde los más altos cargos de poder, comenzando por el rey Alfonso XIII, bisabuelo de nuestro actual monarca Felipe VI, hasta algunas de las más ilustres eminencias intelectuales de nuestro país y, también, de fuera de nuestras fronteras, como el hispanista francés Maurice Legendre. Y dentro de estas ilustres figuras, encontramos al que sería propiciador por excelencia de esta catártica misión: el doctor Gregorio Marañón.

El rey Alfonso XIII encabezando la entrada a una alquería. Archivo de la Fundación Ortega-Marañón.

El doctor Marañón y sus precursores

El prestigioso doctor, endocrinólogo y ensayista don Gregorio Marañón y Posadillo perteneció a la Generación del 14, cuyos miembros son también conocidos como novecentistas. Esta brillante generación se vio unida por el deseo de europeizar una España, donde el atraso y la miseria reinantes en gran parte de su territorio la alejaban considerablemente del desarrollo que habían alcanzado países de nuestro entorno más próximo. No obstante, ningún lugar en España presentaba un panorama tan devastador como la comarca hurdana. Este hecho ya era conocido por muchas importantes personalidades que habían intentado dar solución a los problemas de dicha región, pero que apenas habían tenido éxito. Sin embargo, su labor los convertiría en precursores para Marañón y para el resto de altos cargos que llevarían a cabo las reformas que, con el paso de los años, pondrían fin a las desdichas de los hurdanos.

Entre los más destacados defensores de la causa antes de Marañón destaca el célebre escritor y filósofo vasco Miguel de Unamuno, quien pertenecía a La Esperanza de Las Hurdes, una sociedad benéfica fundada por las autoridades eclesiásticas de la comarca. Como señala Antonio López Vega, profesor titular de Historia contemporánea de la Universidad Complutense de Madrid y director del Instituto Universitario de Investigación Ortega y Marañón, Unamuno había liderado en 1908 unas jornadas hurdanófilas donde se estudió la situación de Las Hurdes, quedando muy afligido tras esa experiencia. Fue la admiración hacia el escritor como líder de la Generación del 98 lo que llevó a Marañón y a otros estudiosos a interesarse en primera instancia por este problema.

La miseria de Las Hurdes:

Desde tiempos inmemoriales, Las Hurdes se reducían básicamente a una región de vastos pedregales escabrosos salpicados de alquerías (pequeñas aldeas) en las que vivían en conjunto unos 8.000 habitantes casi completamente aislados del exterior debido a la inexistencia de caminos transitables. Sus condiciones de vida, casi primitivas, comprendían la más absoluta insalubridad -vivían en chozas de pizarra que compartían con animales, sin más ventilación que la puerta de entrada- y carencia de recursos sanitarios o alimenticios, con unas cifras de mortalidad del 90 por 1.000 en las zonas más pobres, cuando la cifra correspondiente a toda España era de 22 por 1.000, la cual ya de por sí constituía una cantidad alarmante. Del mismo modo, las tasas de analfabetismo alcanzaban el 90% y, prácticamente, toda la población padecía enfermedades como el paludismo, el cretinismo o la tuberculosis, agravadas todas ellas por el mayor de los males: la hambruna.

“Las enfermedades más graves que allí existían eran las que se debían a la falta de yodo en las aguas, ya que eso provocaba bocios, es decir, crecimiento exagerado de la glándula tiroides”, explica Fernando Bandrés Moya, catedrático de Medicina Legal en la Facultad de Medicina de la Universidad Complutense de Madrid y director del Centro de Estudios Gregorio Marañón de la Fundación Ortega-Marañón. “Había también cretinismo como consecuencia de que la gente nacía con un déficit de esta hormona; enanismo, como consecuencia de la endogamia; y enfermedades derivadas de la falta de higiene como la tuberculosis y el paludismo”, afirma Bandrés.

Habitantes de Las Hurdes, hambrientos y enfermos. Archivo de la Fundación Ortega-Marañón.

En relación con esta falta de alimento, el periodista y escritor catalán Luis Carandell, en Crónica de las crónicas, trabajo incluido en el libro Viaje a Las Hurdes (publicado por El País Aguilar), describe la precaria dieta de los hurdanos. En los meses lluviosos, la crecida de los ríos apenas dejaba espacio para diminutos huertos -que también eran destrozados ocasionalmente por los jabalíes circundantes- en las alquerías situadas junto al curso de las aguas, en los valles más profundos. Por esta razón, los campesinos se limitaban a construir pequeñas terrazas, pero, debido a la esterilidad de la tierra, a veces tan solo creía un olivo, un castaño o un cerezo; y cada árbol podía ser propiedad de varias familias al mismo tiempo, de modo que, en ocasiones, los padres dejaban en herencia únicamente una rama a cada hijo. Era tal el hambre, que algunos jóvenes ocasionalmente asesinaban a ancianos para que hubiera una boca menos que alimentar, como cita Carandell en el libro señalado anteriormente.

Las callejuelas de una alquería hurdana, entre chozas de pizarra. Archivo de la Fundación Ortega-Marañón.

La caprina era la única ganadería que allí se criaba. Sin embargo, no comían carne de cabra, sino que se limitaban a usarlas para transportar sus escasas cosechas de nabos, berzas, frijoles secos o patatas. El doctor Marañón contaba que, en cierta ocasión, ante la llegada de una epidemia de gripe, los habitantes de Rubiacos, una de las aldeas hurdanas, creyeron que el fin del mundo había llegado, por lo que decidieron comerse sus cabras y, “milagrosamente”, todos ellos mejoraron. Existían también entre los hurdanos los llamados “pedidores”, que eran básicamente personas que partían de Las Hurdes en calidad de mendigos para pedir limosna por toda España y así regresar a su tierra con un pequeño gran botín.   

Es indispensable señalar, para entender la circunstancia social de Las Hurdes, una triste actividad ampliamente extendida en la región como la crianza de pilos: estos eran niños expósitos, procedentes de Salamanca y Ciudad Rodrigo en su mayoría, que eran enviados a Las Hurdes para ser criados allí por nodrizas hurdanas a cambio de una módica cantidad de dinero que rondaba los 40 reales al mes. Como expone Carandell, la única garantía de que el niño adoptado seguía viviendo era un certificado mensual emitido por el párroco más cercano, de quien por ende dependía si la nodriza debía seguir percibiendo su salario o no.

Estas mujeres, que en su inmensa mayoría se encontraban escuálidas y enfermas, tenían ya de por sí hijos biológicos a los que apenas podían amamantar, y muchas veces favorecían al hijo adoptivo en detrimento de los suyos propios, pues eran los adoptivos los que representaban una fuente económica para ellas y para el resto de sus familias. No obstante, de la presencia de los pilos se derivaba también otro factor favorable para los hurdanos: la renovación de la sangre en medio de una sociedad en la que reinaba una mayúscula y enfermiza endogamia.

El doctor Varela, médico del rey Alfonso XIII, examinando a una niña hurdana.

Los orígenes primordiales

Ahora bien, ¿cuáles fueron los orígenes de esta sociedad tan precaria? Retomando lo relatado por Luis Carandell en Crónica de las crónicas, en el siglo XVI, la región de Las Hurdes se emancipó de la que podría ser llamada su metrópoli, La Alberca. En estas tierras montañosas, propiedad del ducado de Alba, algunos campesinos y pastores fueron estableciendo majadas en los rincones más recónditos; “es probable que ciertas poblaciones fugitivas se instalasen allí, ya que aquella es una zona de muy difícil acceso y aislada del exterior, como los cátaros en Francia (perseguidos durante el siglo XIII)”, sostiene Fernando Bandrés.

De esta manera, con el paso del tiempo fue fraguándose una leyenda en torno a aquella región, leyenda que en el siglo XVI plasmó Alonso Sánchez en su libro De Rebus Hispanae: “dos enamorados, ambos miembros de la familia del duque de Alba, se fugaron de La Alberca y fortuitamente descubrieron Las Hurdes, tierra que, al parecer, habitaban hombres sin cultura, que hablaban en un lenguaje desconocido, que se alimentaban únicamente de bellotas y castañas producidas por los árboles del lugar y cuya presencia resultaba imponente en su absoluta desnudez”.

Así pues, la creciente leyenda acerca de una comarca poblada por salvajes cerca de Salamanca fue sirviendo de inspiración a multitud de escritores, entre los cuales destacó el poeta y dramaturgo Lope de Vega, quien, a pesar de no llegar a visitar jamás dicha región, alimentó el mito que se cernía sobre ella en su comedia Las batuecas del duque de Alba.

La comitiva a caballo con vistas al puerto de Carrascal. Archivo de la Fundación Ortega-Marañón.

Los fallidos intentos de auxilio

Los intentos por rescatar Las Hurdes, siguiendo con la narración de Carandell, se remontaban al siglo XVII, de la mano del que sería nombrado obispo de Coria en 1684 y posteriormente arzobispo de Toledo, don Juan Porras y Atienza; también se intentó poner fin al aislamiento de la comarca durante el reinado de Carlos III, época protagonizada por el absolutismo ilustrado. Asimismo, a finales del siglo XIX, don Francisco Jarrín Moro, obispo de Plasencia, inició una regeneración de las aldeas hurdanas, y, en la primera década del siglo XX, junto al secretario del Obispado don José Polo Benito, movilizó a una serie de personalidades para fundar en 1903 La esperanza de las Hurdes. Esta sociedad benéfica, señalada anteriormente, consiguió subvenciones y denunció determinadas situaciones como el tráfico de los niños expósitos, que terminaría por abolirse tras el viaje del doctor Marañón.

Llegados a este punto, cabe preguntarse por qué los habitantes de unas tierras tan malaventuradas y con tan terrible escasez de recursos no terminaban optando por marcharse y probar suerte en otro lugar. Sobre esto responde el médico Fernando Bandrés con la siguiente reflexión: “la pobreza extrema dificulta la mirada hacia el horizonte, vives siempre agachado y piensas: ¿a dónde voy yo si soy analfabeto y no sé hacer nada salvo trabajar en la tierra? ¿Quién me va a acoger? ¿Voy a la servidumbre o a lo mejor ni siquiera de eso soy capaz? Y aquí lo que tengo es muy poco, pero es mío. En resumen, cuando estás en un sitio tan pobre y encerrado aparece el fenómeno de la resignación, que no aceptación”. De igual modo, Unamuno manifestaba en un artículo publicado el 22 de junio de 1922 en el periódico El Liberal las siguientes declaraciones: “el jurdano -término utilizado por Unamuno- prefiere vivir del botín de la limosna y pensar libre en su indigencia a tener que ser bracero durmiendo sobre el suelo de un amo”, “es la majestad de la indigencia”.

Una mujer hurdana haciendo una genuflexión ante Alfonso XIII. Archivo de la Fundación Ortega-Marañón.

Y, por fin, con todos estos antecedentes a sus espaldas, y tras su primera visita a Las Hurdes en marzo de 1921, el doctor Marañón, en su afanoso e incansable compromiso para con la salvación de la comarca extremeña, logró impresionar al rey Alfonso XIII con las descripciones del sobrecogedor panorama que había visto allí. Tal y como recapitula el historiador y catedrático de la Universidad Complutense de Madrid, Javier Moreno Luzón, en su libro El rey patriota. Alfonso XIII y la nación, el encuentro decisivo del doctor Marañón con el rey se produjo durante una cena en casa del marqués de Villavieja, habitual en los partidos de polo que hacían las delicias de don Alfonso. Hasta el momento, la biografía del rey no se caracterizaba precisamente por una ardua implicación en los asuntos públicos de su país; de hecho, los trataba con cierta frivolidad. Pero el prestigio de Marañón, unido a otras muchas voces que ya llevaban tiempo rogando por Las Hurdes, como la del poeta Gabriel y Galán, logró convencer al monarca.

El viaje del rey Alfonso XIII con el doctor Gregorio Marañón

El 20 de junio de 1922, el rey Alfonso XIII, el doctor Marañón y el resto de su comitiva partieron de Madrid rumbo a Las Hurdes. Don Alfonso iba a ser el primer monarca o jefe de Estado español en acercarse personalmente a conocer la realidad de aquella desamparada región. La expedición estaba formada, entre otros, por Vicente de Piniés Bayona, ministro de Gracia, Justicia y Gobernación; José Sánchez Guerra, presidente del Consejo de Ministros; Luis María de Silva y Carvajal, duque de Miranda y jefe de la Casa Real; Santiago Pérez Argemí, ingeniero de montes y autor de numerosos estudios sobre Las Hurdes; y los doctores Gregorio Marañón y Ricardo Varela. Y para dejar constancia del testimonio de aquella hazaña el periodista José García Moar y el fotógrafo José Demaría «Campúa». Además, a lo largo del viaje se fueron incorporando también otras personas, entre ellas, Juan Alcalá-Galiano, el conde de la Romilla y diputado de Cortes por el distrito de Hoyos.

La comitiva del rey Alfonso XIII con Marañón en el extremo izquierdo de la imagen. Archivo de la Fundación Ortega-Marañón.

La mayor parte del trayecto a través de Las Hurdes fue a caballo, debido a lo abrupto de los senderos. Allí, el rey fue testigo del infierno terrenal en el que vivían los habitantes del lugar. En cierta ocasión, estando profundamente consternado después de haber entrado a una de las chozas en las que una familia convivía con sus animales, llegó a exclamar: “es horroroso, ya no puedo ver más”. Y tal visión no era gran cosa comparada con una de las más horripilantes y trágicas vivencias que Marañón había tenido que soportar en su anterior viaje: en cierta ocasión, había entrado a una choza en cuyo interior se hallaba muerta una familia entera: el padre, la madre, y una hija de dos años, a excepción de otro bebé, de meses, que aún chupaba el seno de su madre muerta.

El rey Alfonso XIII entre las rudimentarias callejuelas. Archivo de la Fundación Ortega-Marañón.

Sin embargo, al margen de tan desoladoras experiencias, también se sucedieron algunas anécdotas durante el viaje, como el día en el que Vicente Piniés, ministro de Gobernación, pidió un café con leche en una de las alquerías. Cuando le trajeron el café y se lo bebió, le preguntaron si le había gustado, a lo que él respondió que sí… ¡cuán estupefacto se quedaría cuando le comunicaron lo mucho que se alegraría de ello la mujer que había puesto su propia leche materna en el café! Del mismo modo, también fue memorable el baño que don Alfonso se dio en un río completamente desnudo, como demuestran ciertas fotos inéditas, en compañía del doctor Marañón, quien sí llevaba puesta su ropa interior.

Vecinos hurdanos contemplando sorprendidos el paso a caballo de rey Alfonso XIII. Archivo Fundación Ortega-Marañón.

Tal como relata Carandell, el monarca y su séquito fueron aclamados efusivamente a su paso por todos aquellos poblados. Los aldeanos, emocionados, le regalaban flores y frutas, le besaban las manos y rompían a llorar. El periodista Gutiérrez de Miguel aseguró en una crónica publicada en La Voz haber escuchado de boca de un hurdano las siguientes palabras, apenas inteligibles: “que Dios lo bendiga al buen señol que ha veníu aquí dondi no hay naíta di na y solo pobreza y miselias”. El día 25 de junio llegaron hasta La Alberca, ya en territorio salmantino, donde el diputado del distrito don Eloy Bullón agasajó al rey con un grandioso recibimiento antes de su regreso a Madrid.

Niños hurdanos con el rey Alfonso XIII. Archivo de la Fundación Ortega-Marañón.

Las soluciones, la denuncia social y la creación del Patronato:

Tras este viaje se redactó la Memoria que serviría para crear el Patronato de Las Hurdes, que sustituyó a la anterior sociedad benéfica que durante años había tratado de dar solución a los males de aquella región, La esperanza de Las Hurdes. “Las medidas a tomar más significativas que el doctor Marañón puso de manifiesto para mejorar la vida de los hurdanos empezaban primordialmente por resolver la cuestión sanitaria”, explica Antonio López Vega. “Se estableció un consultorio en cada uno de los tres valles (el del Ladrillar, el Hurdano y el de Los Ángeles) de modo que en cada uno de ellos hubiera un médico repartiendo quinina para resolver los males endocrinológicos. Y, una vez resuelto el problema sanitario, ya se abordaría todo lo demás: inversión en infraestructuras, en educación, y todo aquello que componía la visión integral del doctor Marañón en cuanto a medidas a tomar para solucionar los problemas que allí existían”, asevera.

Gregorio Marañón, el rey Alfonso XIII y el duque de Miranda con una hurdana. Archivo de la Fundación Ortega-Marañón.

Sin embargo, un año después, al instaurarse la dictadura del general Primo de Rivera (1923-1930), todo el proyecto de Marañón se vio paralizado. Y es que el doctor se había posicionado como uno de los principales opositores al régimen dictatorial desde el primer momento, junto a Unamuno, Valle Inclán e Indalecio Prieto, ganándose así la aversión del dictador y del vicepresidente de su Gobierno, Severiano Martínez Anido. “En 1926 Marañón llegó a estar encarcelado injustamente durante un mes por haber participado en la conspiración cívico militar de la Sanjuanada las noches del 22 al 24 de junio. La habían puesto en marcha un grupo de militares y políticos que incluían al General Miller y al Conde de Romanones, entre otros, pero Marañón no estuvo involucrado, cosa que luego se demostró, y fue un gran escándalo a nivel nacional e internacional el haber encarcelado al insigne médico español”, sostiene el historiador López Vega.

Así pues, durante casi tres décadas, las reformas de Marañón para con Las Hurdes quedaron estancadas, a pesar de que, durante la propia dictadura de Primo de Rivera, la denuncia de la situación que allí se vivía continuó vigente en el panorama mediático gracias al polémico y controvertido documental del cineasta Luis Buñuel “Las Hurdes, tierra sin pan” (1933). “No obstante, a partir del año 50 se empieza a recuperar y regenerar de nuevo un poco la zona, a mejorar las infraestructuras, etcétera”, prosigue López Vega. “En los años sesenta España se empieza a recuperar fundamentalmente con políticas promovidas por el gobierno de Franco y de aquellos que conocemos como tecnócratas, gente que se dedica fundamentalmente al mundo financiero y que está muy vinculada al Opus Dei. Y a partir de 1980, con la llegada de la democracia y el Estado del bienestar, la comarca de Las Hurdes fue adquiriendo a lo largo de las sucesivas décadas su plenitud y su completo desarrollo hasta hoy”, concluye.

El legado de Marañón y Las Hurdes en la actualidad

“La obra de Marañón se cifró, que conozcamos, en la publicación de un total de 125 libros, en torno a 1.800 artículos, 146 discursos, 336 conferencias y más de 230 prólogos. Su obra médica se plasmó en cerca de 1.056 artículos de investigación y 32 monografías publicadas en los países científicamente más avanzados.

Al ser sus aportaciones ampliamente recogidas en la literatura internacional, se convirtió en uno de los nombres españoles más citados en los libros de psicología del mundo entero. Sus ensayos literarios y sus estudios históricos también alcanzaron una amplia difusión nacional e internacional. Fue un intelectual comprometido con el destino de su país y participó en muchos de los acontecimientos culturales, sociales y políticos más importantes de su tiempo” (fragmento tomado del Diccionario Biográfico de la Real Academia de la Historia, recogido en la biografía del doctor Marañón publicada en la página web de la FOM).

Las Hurdes se erigen hoy en día como uno de los parajes naturales más bellos y fecundos no solo de España, sino de toda Europa. Y, en conmemoración del viaje que cambió para siempre el destino de aquellas tierras, don Felipe y doña Letizia visitaron el pasado jueves 12 de mayo la comarca cacereña, concretamente el municipio de Pinofranqueado. Allí, decenas de vecinos acudieron para dar una calurosa bienvenida a sus majestades, aderezada por los músicos de la Escuela Provincial de Tamborileros de Mesegal.

Con esta visita, nuestros actuales monarcas contribuyen a mantener vivo el recuerdo de aquella emblemática misión, del mismo modo que en su momento hicieron don Juan de Borbón, hijo del rey Alfonso XIII y conde de Barcelona, y nuestros reyes eméritos don Juan Carlos y doña Sofía. Y es que una histórica hazaña de semejante magnitud y trascendencia, que ahora cumple cien años jamás debe caer en el olvido.

Autor del reportaje: Javier Salido, periodista cultural y estudiante del Máster Universitario en Periodismo Cultural de la Universidad CEU San Pablo.

Imágenes: Archivo de la Fundación Ortega-Marañón.

Edición: David Gómez.

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